Las cuestiones laborales son del máximo interés político, social, periodístico y económico. Empleo y desempleo son objeto de debate y argumentación. Hoy analizaremos las expresiones más comunes relativas al mercado laboral.
Lo primero que debemos señalar es que el desempleo es un fenómeno institucional, es decir, provocado por la legislación estatal. «En una economía de mercado no interferida el paro es siempre voluntario» (Mises, 2011: 709). O como dice Huerta de Soto (2004: 185): «La causa única y directa del desempleo es la inexistencia de unos mercados laborales flexibles y el hecho de que los salarios son demasiado altos».
Conquistas laborales
Es extendida la creencia de que la regulación laboral —salario mínimo, jornada máxima, días libres, vacaciones, permiso de maternidad y paternidad, subsidio de desempleo, contratación forzosa de discapacitados, prohibición del trabajo infantil, etc.— son «conquistas» realizadas por la lucha sindical y los políticos con «sensibilidad social». Sin embargo, todo privilegio laboral u otra forma de forma de servidumbre empresarial impuesta por la legislación recaerá forzosamente en el trabajador mediante una reducción de su salario. Ha sido la mayor productividad del capitalismo (no los mandatos gubernamentales) la causante de todas esas «conquistas».
Desempleo forzoso
Sucede cuando la legislación prohíbe, restringe o impone servidumbres a los agentes. Cuando el gobierno fija topes máximos al trabajo (jornada, días libres, vacaciones), prohíbe trabajar a los menores o mayores de cierta edad o cuando fija un salario mínimo; está causando descanso o paro forzoso. Esta intervención produce una dupla maligna: por un lado, reduce la oferta de trabajo por parte de los empresarios; por otra (subsidios), reduce la demanda por parte de los trabajadores.
Empleo estable y de calidad
Este es el eslogan favorito de sindicalistas, políticos y demagogos. La vida, en general, y el mercado, en particular, no proporcionan esa quietud, estabilidad y seguridad que todas las utopías anhelan. Actualmente, este empleo ideal (platónico, socialista) lo encontramos en la función pública, pero el Estado sólo puede garantizar a las masas estabilidad en la pobreza. Una mayor calidad en el empleo, especialmente en aquellos oficios más penosos, solo puede darse en una economía capitalista, innovadora, dinámica y competitiva. Por otro lado, en el mercado de bienes de consumo o de factores de producción todas las calidades son bienvenidas.
Empleo garantizado o indefinido
Otra falsa creencia es pensar que un contrato laboral indefinido proporciona seguridad de por vida. De vez en cuando, las quiebras empresariales nos recuerdan que el mercado no puede garantizarnos una completa seguridad. Ni siquiera los funcionarios están a salvo cuando el gobierno destruye el orden social mediante el socialismo, el intervencionismo o la inflación.
Empleo precario
Se dice que un empleo es precario por diversas razones: A) Salarial. Tener un salario precario equivale a decir: «desearía cobrar más». El salario (como cualquier otro precio) se fija por la oferta y demanda de trabajo. El salario depende de la productividad —contribución del empleado al ingreso monetario de la empresa—. Tanto el empresario como el empleado hacen sus propias estimaciones al respecto. Estar «mal pagado» es una apreciación subjetiva: si fuera acertada, el empleado no debe tener problemas para encontrar un empleo mejor remunerado. Esto es así porque los empresarios compiten entre sí por los trabajadores. En caso contrario, cabe suponer que el trabajador se equivoca respecto de su valía o que se conforma con lo presente. Otra razón distinta para afirmar que un salario es precario es porque no cubre adecuadamente las necesidades del empleado. Esta cuestión no es económica, sino ética, moral o política. B) Intermitencia. Encadenar contratos breves o sin estabilidad temporal es otra seña de la precariedad laboral. Sin embargo, la intermitencia de la producción es inerradicable en ciertos sectores: agricultura, pesca, turismo, servicios domésticos, etc. C) Peligrosidad y/o penosidad. Algunos trabajos se realizan en condiciones adversas, siendo la tecnología y las medidas de prevención las que mitigan este factor.
Empleo sumergido, oculto o irregular
Al igual que el desempleo forzoso, es causado por la legislación laboral. Según el análisis económico del derecho, cuando cumplir la ley es más costoso que desobedecerla las personas se desplazan desde la legalidad a la costumbre, informalidad o economía sumergida (Ghersi, 2005). El empleo sumergido es la reacción del mercado frente al intervencionismo y «pone de manifiesto hasta qué punto la coacción institucional está a la larga condenada al fracaso por ir en contra de la más íntima esencia del humano actuar» (Huerta de Soto, 2010: 123). Si el gobierno desea emerger el empleo, en lugar de demonizar el trabajo informal, debería desregular el mercado laboral.
Fomentar el empleo
No está en manos del gobierno hacer que el empleo crezca porque estamos ante un fenómeno mercantil. Cuando el gobierno «crea» empleo en un sitio (previo cobro de impuestos) lo destruye necesariamente en otro. A medida que aumenta el número de funcionarios o de empresas públicas disminuye el número de productores privados. El resultado neto del «fomento» (gubernamental) del empleo es necesariamente negativo. Solo es posible mejorar la situación abrazando una economía laissez faire.
Igual trabajo, igual salario
Esta es una de las falacias más perversas del igualitarismo. El error está en la premisa «igual trabajo». Ya vimos antes que el salario depende de la productividad y no hay en el mundo dos personas que sean igual de productivas. Ni siquiera un mismo individuo tiene el mismo rendimiento a lo largo del tiempo. Paradójicamente, lo genuinamente justo es la desigualdad salarial, tal y como ocurre en el deporte profesional: cada jugador de un equipo percibe un específico salario —ficha— que ha sido fruto de una negociación individualizada. Es cierto que todos los jugadores realizan el «mismo trabajo», pero no pueden cobrar lo mismo porque todos contribuyen desigualmente al ingreso económico del club. Las mujeres deportistas cobran menos que los varones por idéntico motivo: su productividad es menor porque atraen menos público. En definitiva, la discriminación salarial no solo es impecable desde una óptica económica (sistema de precios), sino también justa porque da a cada uno lo suyo.
Proteger el empleo
La quiebra de empresas y su corolario, el desempleo temporal, es una circunstancia propia mercado. Proteger el empleo es una expresión confusa porque una empresa en crisis no está siendo agredida por nadie; es posible que esté mal gestionada o que no haya sabido adaptarse a los cambiantes gustos de los consumidores. No es lícito, por tanto, impedir la quiebra de bancos, astilleros, siderurgias o incluso de pequeños negocios apelando a una falaz «protección» del empleo. Cuando el gobierno acude, cual héroe, al «rescate» está agrediendo a otros negocios y al conjunto de los consumidores.
Racionalizar el horario laboral
Hay quienes opinan que el horario laboral es «irracional». En 2016, la ministra Fátima Báñez tuvo una ocurrencia: pretender, con carácter general, la finalización de la jornada laboral a las 18:00. La organización de la producción (incluido el horario laboral) no es un capricho del empresario, sino la mejor expresión de su racionalidad económica, guiada por el cálculo de beneficios y pérdidas. Son los hábitos del consumidor lo que establece indirectamente el horario laboral. Es cierto que el pequeño comercio, por ejemplo, tiene jornada partida y que los empleados «preferirían» la jornada continua, pero eso no significa que su horario sea irracional. Los ingenieros sociales, en lugar de coaccionar a los empresarios con normas jacobinas, deberían persuadir a los consumidores para que se abstuvieran de dormir la siesta o ver telenovelas después de almorzar. ¿A quién se le ocurre ir de tiendas o al gimnasio después de las 6 de la tarde? Ironías aparte, interferir la libertad comercial es un error y un horror: se reduce la producción, la tasa de capitalización, los salarios y el empleo; pero sobre todo es inmoral pretender regular la vida de los demás.
Serie ‘El lenguaje económico’
(VII) La falacia de la inversión pública
Bibliografía
Ghersi, E. (2005). «El carácter competitivo de las fuentes del Derecho» [Video file]. Recuperado de https://www. tube.com/watch?v=w034GEg8awc
Huerta de Soto, J. (2004). Estudios de Economía Política. Madrid: Unión Editorial.
Huerta de Soto, J. (2010). Socialismo, cálculo económico y función empresarial. Madrid: Unión Editorial.
Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
2 Comentarios
// La teoría del Estado considera que el interés del individuo debe subordinarse al interés general, sea lo que esto signifique: nación, pueblo, sociedad, etc. […] Para el NACIONALISMO (o el Socialismo, o el estatismo), el individuo es un instrumento al servicio de fines colectivos dictados por la «superioridad». El nacionalismo se manifiesta en muchos ámbitos —político, jurídico, bélico, demográfico, religioso, etc.—, siendo el económico uno de gran importancia. Según Mises (2011: 891): «el nacionalismo económico es el obligado corolario de esa política intervencionista, tan popular, que asegura estar incrementando el bienestar de la clase trabajadora, cuando realmente lo que hace es dañarla gravemente». //
Serie «El lenguaje económico (XIV): Nacionalismo».
Todos los puntos que has expuestos, generarían muchísima polémica en esta sociedad acostumbrada al proteccionismo o la «igualdad». Pero tienes toda la razón, y estas personas buscan soluciones donde solo hallarán ahondar los problemas. Con libre mercado y capitalismo, surge la competencia, hace que baje el paro, y los empresarios pagarán a los empleados más acorde a la productividad. Y también, aquellos empresarios que quieran dar salarios inferiores, peores condiciones o inseguridad, acabarán destruyendo su propio negocio. Este tipo empresario solo se da en el socialismo o el proteccionismo, no en el «capitalismo salvaje», como lo llaman algunos y al que erróneamente le echan la culpa.
Bueno, no soy experto, pero son las lecciones que creo aprender sobre economía austriaca. Saludos