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El lenguaje económico (XXI): Sobre el consumo local

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Con bastante frecuencia escuchamos las bondades que supone consumir bienes producidos localmente y realizar compras en el pequeño comercio. Según sus promotores —políticos, empresarios, ecologistas, etc.— el consumo local beneficia a la economía de la zona y al medioambiente. Muchos eslóganes que fomentan este consumo son confusos, ilusorios o directamente falsos.

«Si compras local, tu dinero vuelve a ti».

Esta falsa creencia goza de gran popularidad debido a su simplicidad argumental. Sin embargo, comprar bienes locales de menor calidad o más caros que los foráneos reduce la calidad de vida del consumidor y empobrece la zona. ¿A dónde va nuestro dinero cuando compramos en Carrefour, Ikea o McDonald’s? El dinero siempre paga los factores productivos «allá donde estén»: los artículos, componentes y materias primas provienen de múltiples países, pero el trabajo—salarios— y la mayoría de servicios —limpieza, mantenimiento, seguridad— se contrata localmente. ¿Y qué ocurre con los beneficios? La mayor parte no acaba en Francia, Suecia o EE.UU., sino en el bolsillo de millones de pequeños propietarios (accionistas y partícipes de fondos de inversión y pensiones) repartidos por todo el mundo y que perciben rentas del capital.

Compremos localmente o no, el dinero que sale de nuestro ámbito geográfico (municipio, región, nación) siempre vuelve. Por ejemplo, los andaluces compran manzanas de Cataluña y los catalanes comprar aceitunas de Andalucía. El dinero va y viene. Es un error mercantilista interferir la «salida» de dinero (importaciones) y fomentar la «entrada» (exportaciones). Exportación e importación son cara y cruz de una misma moneda y ambas tienden a igualarse en el tiempo. Es necesario que el dinero «salga» para que luego «entre»; por ejemplo, si los españoles no compramos vehículos Mercedes y Toyota, los alemanes y japoneses no podrán hacer turismo en España.

El mito de la balanza comercial se derrumba cuando lo analizamos desde el individualismo metodológico: «Toda balanza es necesariamente favorable desde el punto de vista de la persona que realiza el intercambio» (Rothbard, 2013: 336); o como dice Mises (2011: 539) «La balanza (de pagos) cuadra siempre». El consumo sacrificial es antieconómico para el comprador: si un bien local cuesta el doble que otro foráneo, ceteris paribus, la compra del primero reducirá nuestro consumo a la mitad; siendo los productores locales los únicos beneficiados. Es falso que con el consumo local «todos ganamos», tal y como predican muchas campañas. Por último, el consumidor que asume una pérdida económica para mantener con vida a los productores submarginales[1] está haciendo un flaco favor al conjunto de la sociedad pues interfiere la adecuada asignación del capital. Cualquier medida proteccionista —ayudas, subvenciones, publicidad— ocasiona el mismo mal: ralentiza la innovación, obstaculiza las obligadas quiebras y, en definitiva, dificulta que el escaso capital disponible pase a manos más capaces.


Productos «km. 0»: El argumento medioambiental


El consumo de productos locales supuestamente beneficia al medio ambiente porque se reducen las emisiones de CO2 producidas por el transporte de mercancías. Una primera objeción es que el transporte solo es una parte del total de energía consumida. Por ejemplo, sería posible producir naranjas en los países nórdicos para evitar su transporte desde España, pero el coste energético de reproducir el clima mediterráneo —invernaderos, calefacción, luz— excedería con creces al producido por el transporte marítimo. Lo menos contaminante, sin duda, es que la producción se realice en aquellas regiones con climas más favorables y luego transportar la mercancía. Veamos un dilema energético: España y Sudáfrica producen naranjas en sus respectivos inviernos. Cuando el producto abunda en el hemisferio norte escasea en el hemisferio sur, y viceversa. ¿Es preferible mantener naranjas «km. 0» en cámaras frigoríficas durante varios meses o traerlas frescas desde Sudáfrica? Si deseamos consumir productos de temporada durante todo el año, el transporte es una buena solución económica y ambiental. En segundo lugar, el eslogan «km. 0» es una simplificación de la realidad: por ejemplo, las naranjas de Orihuela consumidas en Alicante capital son «km. 60». El único producto «km. 0» sería el producido en nuestro propio huerto, con el agua de nuestro pozo y con el estiércol de nuestros propios animales. Para lograr un genuino producto «km. 0» debemos ser completamente autárquicos. En tercer lugar, si el transporte es malo porque contamina, ¿por qué no extender la campaña a los servicios? Si los partidarios del «km. 0» fueran consecuentes con sus ideas (reducir la contaminación) deberían recomendar a los turistas que se quedaran en su casa pues, en términos relativos, el transporte aéreo es el más contaminante de todos. Nos escandaliza que un atún se transporte en avión desde España a Japón, pero nos encanta que los japoneses visiten España. Igualmente resulta contradictorio que el dueño de un hotel presuma de tener su propio huerto ecológico sin importarle demasiado que sus huéspedes hayan viajado en avión miles de kilómetros.

«El futuro es ahora»

 
Este es el confuso eslogan de una campaña para que los jóvenes identifiquen la calidad, la sostenibilidad y el apoyo a la industria con la marca «Elaborado en Canarias». Sus promotores —industriales y políticos— han establecido un objetivo de crecimiento de la cuota industrial del 6,2 % (actual) al 7,7 % (2027) del PIB en Canarias. Objeciones: a) Desde sus propios fines, no entendemos por qué la campaña se dirige exclusivamente a los jóvenes y no al conjunto de consumidores. b) El hecho que aumente la cuota industrial del PIB no significa que la producción aumente en términos absolutos, por ejemplo, la cuota industrial del PIB puede aumentar por una caída del turismo (pandemia). Estamos ante un sesgo igualitarista porque lo que interesa al industrial no es su situación relativa, sino aumentar sus ventas y su beneficio.

«Proteger al pequeño comercio»

¿Protegerlo de quién? La competencia mercantil es una actividad pacífica, exenta de agresión. Las grandes empresas no «atacan» a las pequeñas ni violan sus derechos. En un mercado no interferido, el «pez grande no se come al chico». Nadie se come a nadie. Son exclusivamente los consumidores quienes determinan (comprando o absteniéndose de comprar) el tamaño y la cuota de mercado de cada empresa. Es innecesario y detrimental «ayudar» a ciertos comerciantes con dinero público —publicidad, bonos o cupones de descuento— pero, sobre todo, es una inmoral transferencia de renta.

Bibliografía

Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.

Rothbard, M. (2013). El hombre, la economía y el Estado. Vol. II. Madrid: Unión Editorial.


[1] Submarginal: de no ser por la ayuda, la empresa quebraría

Serie ‘El lenguaje económico’

(XX) Sobre el poder

(XIX) El principio de Peter

(XVIII) Economía doméstica

(XVII) Producción

(XVI) Inflación

(XV) Empleo y desempleo

(XIV) Nacionalismo

(XIII) Política

(XII) Riqueza y pobreza

(XI) El comercio

(X) Capitalismo

(IX) Fiscalidad

(VIII) Sobre lo público

(VII) La falacia de la inversión pública

(VI) La sanidad

(V) La biología

(IV) La física

(III) La retórica bélica

(II) Las matemáticas

(I) Dinero, precio y valor

2 Comentarios

  1. Gracias por tus artículos y por explicar todo usando un lenguaje sencillo, que podamos entender los profanos.

  2. Pepe, como siempre muy clarificador. Una vez más enhorabuena por el artículo que evita muchas confusiones generadas por intereses particulares.


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