Fue el agudo y original Rothbard (2012: 380) quien apuntó esta idea: «Fue [Josiah Tucker] también un mercantilista típico al instar al gobierno a fomentar el aumento de la población». Hoy veremos los errores del mercantilismo demográfico, a saber, la pretensión gubernamental de controlar —incrementar, mantener o reducir— la población.
Mercantilismo demográfico
Mercantilismo e intervencionismo son sinónimos. Ambas doctrinas afirman que el gobierno debe interferir el libre comercio para beneficiar a la nación, protegiendo y/o favoreciendo específicas industrias nacionales. El mito mercantilista por excelencia es la «balanza comercial favorable»: la equivocada creencia de que una nación mejora cuando las exportaciones exceden a las importaciones. Richard Cantillon fue el primero en exponer que el aumento de dinero en un país eleva los precios internos y fomenta las importaciones, acabando de este modo con la balanza de pagos favorable (Rothbard, 2012: 401).
España vaciada
Esta expresión se refiere a aquellos territorios —municipios, pedanías, aldeas, caseríos— que van perdiendo habitantes, pudiendo llegar a un completo despoblamiento. La población en España aumenta, pero hay un trasvase poblacional del campo a la ciudad. Los motivos de esta preferencia son evidentes: el hombre obtiene ventajas de la concentración humana. Los mercantilistas demográficos, cual enemigos de la realidad, desean revertir este proceso social mediante la coacción estatal, es decir, a golpe de subsidios (vivienda, transporte, dinero). Todo ello se hará a expensas del contribuyente urbano, que verá reducido su nivel de vida. Lo que nadie puede lograr es convencer a los empresarios para que abran negocios —sucursales bancarias, farmacias, gasolineras y otros comercios— en las zonas más despobladas y sufran pérdidas.
Reto demográfico
Tenemos en España un ministerio para la transición ecológica y el reto demográfico, pero nadie nos aclara a qué «reto» (en singular) nos enfrentamos: ¿superpoblación? ¿infrapoblación?, ¿inmigración?, ¿envejecimiento?, ¿sistema de pensiones?, etc. La literatura política al respecto es un repertorio de frases huecas, mantras progresistas e imposturas diversas: riesgo demográfico, cohesión territorial, sostenibilidad ambiental, habitabilidad humana, etc. Lo único claro es la creciente diferencia poblacional entre zonas urbanas y rurales, algo que viene sucediendo desde el origen de los tiempos. El gobierno considera que este «desequilibrio» poblacional es nocivo (para la nación) en términos de equidad y de igualdad de oportunidades, pero ¿por qué motivo debería estar la población equilibrada? El hombre actúa porque está insatisfecho (Mises, 2011: 985) y se desplaza de unas zonas a otras buscando «mejores» oportunidades, si deseara tener las «mismas» oportunidades, no haría nada.
Igualdad de oportunidades: una imposibilidad
La naturaleza es diversa. Los hombres son distintos entre sí, tienen diferentes aptitudes y actitudes, viven en ambientes —geográficos, culturales, familiares— también distintos. Esta diversidad natural ofrece a las personas diferentes oportunidades, que pueden ser o no aprovechadas. Afirmar que todos «deberían tener» las mismas oportunidades es un deseo irreal y, por tanto, debe ser rechazado. Decía Ortega (1921: 127): «Toda sentencia como deben ser las cosas presupone la devota observación de la realidad». Pretender una sociedad demográficamente igualitaria, no solo es imposible, sino que supone un triple error: a) Racional: ignora la realidad y pretende suplantarla por un nirvana socialista; b) Ético: utiliza la coacción estatal para alcanzar los fines igualitarios; y c) Económico: provoca un empobrecimiento general de la sociedad.
Sobrepoblación e infrapoblación
Algunos se quejan de que hay demasiada población y otros de lo contrario. Lamentarse o criticar las diferentes densidades poblacionales es un juicio de valor porque no existe una cifra objetiva o un óptimo demográfico para cada territorio. Los ingenieros sociales son muy peligrosos, por ejemplo, el gobierno chino estableció, entre 1980 y 2015, la política el hijo único, de funestos resultados: abortos forzosos, infanticidio, desproporción entre el número de hombres y mujeres, etc. Otros gobiernos hacen lo contario y fomentan la natalidad otorgando subsidios de diversa naturaleza. En ambos casos, el gobierno altera la libertad humana para tener más o menos hijos o para cambiar el lugar de residencia.
La trampa malthusiana
Según Malthus (1846), a medida que aumenta la disponibilidad de alimentos en una sociedad, la población crece hasta agotar los excedentes, retrocediendo de nuevo a la situación inicial, ya sea por hambrunas, guerras o enfermedades. Este ciclo pesimista podría darse eventualmente en una sociedad primitiva (agraria o de cazadores-recolectores), sin embargo, en una sociedad capitalista tanto la población como su nivel de vida crecen debido al aumento del capital disponible. Solo una mayor tasa de capitalización (no la voluntad política) permite un progreso material generalizado.
Vertebrar el territorio
Se trata de una metáfora orgánica que nadie ha definido. Ortega y Gasset (1921), en la «España invertebrada», hacía alusión al problema secesionista de Cataluña y País Vasco, así como a los particularismos regionales y a la desunión social. Podemos inferir que una España «vertebrada» sería aquella donde sus gobiernos territoriales —autonomías, provincias y municipios— y sus gentes estuvieran cohesionados, unidos y cooperaran socialmente dentro de un proyecto común de convivencia. Sin embargo, es el Estado, con su manía redistributiva, el que genera tensiones entre
regiones ricas y pobres.
Bibliografía
Malthus, T. (1846). Ensayo sobre el principio de la población. Madrid: Establecimiento Literario y Tipográfico de D. Lucas González y Compañía.
Mises, L. (2011): La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
Ortega, J. (1921). España invertebrada. Madrid: Calpe.
Rothbard, M. (2012). Historia del pensamiento económico. Madrid: Unión Editorial.
Serie ‘El lenguaje económico’
- (XVI) Eufemismos
- (XLV) Huelga de alquileres
- (XLIV) Sobre la calidad
- (XLIII) Sindicalismo
- (XLII) Contraeconomía
- (XLI) Metales
- (XL) Sobre el concepto de ‘modelo’
- (XXXIX) ¿Tiene Canarias un límite?
- (XXXVIII) Las ‘zonas tensionadas’
- (XXXVII) Salario
- (XXXVI) Los colores
- (XXXV) Lo social (III)
- (XXXIV) Lo social (II)
- (XXXIII) Lo social (I)
- (XXXII) El free rider
- (XXXI) La eficiencia
- (XXX) Los fallos del mercado
- (XXIX) Gasolineras
- (XXVIII) Dad al César lo que es del César
- (XXVII) Humanismo
- (XXVI) Publicidad (II)
- (XXV) Publicidad (I)
- (XXIV) El juego
- (XXIII) Los fenómenos naturales
- (XXII) El turismo
- (XXI) Sobre el consumo local
- (XX) Sobre el poder
- (XIX) El principio de Peter
- (XVIII) Economía doméstica
- (XVII) Producción
- (XVI) Inflación
- (XV) Empleo y desempleo
- (XIV) Nacionalismo
- (XIII) Política
- (XII) Riqueza y pobreza
- (XI) El comercio
- (X) Capitalismo
- (IX) Fiscalidad
- (VIII) Sobre lo público
- (VII) La falacia de la inversión pública
- (VI) La sanidad
- (V) La biología
- (IV) La física
- (III) La retórica bélica
- (II) Las matemáticas
- (I) Dinero, precio y valor
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