Skip to content

El lenguaje económico (XXXVII): salario

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El salario es un precio (información) y también la cantidad de dinero (y otros beneficios no monetarios) que se percibe por realizar un específico trabajo. El trabajo no es una mercancía, pero su precio «se determina en el mercado del mismo modo que se fijan los precios de las mercancías» (Mises, 2011: 701). Frecuentemente, los prejuicios y la ideología son la causa principal para adjetivar el salario, pero la economía no dice cómo «debe ser» el salario, sino cómo se forma realmente.

Brecha salarial y discriminación salarial

El término «brecha» ha adquirido connotaciones negativas y reivindicativas. Es una artimaña agrupar a los empleados en categorías para luego comparar el ingreso medio y concluir que existe una injusta «brecha salarial». La diferencia retributiva entre individuos es inevitable porque cada empleado contribuye desigualmente al ingreso económico de la empresa. Cualquier comparación —regiones, sectores económicos, edades, sexos, etc.— entre medias retributivas dará forzosamente una brecha o diferencia salarial. Las regiones o sectores económicos con mayores tasas de capitalización pagan salarios más altos; los empleados veteranos cobran más que los novatos y los varones cobran más que las mujeres. La estadística, per se, no es un criterio de justicia.

«A igual trabajo, igual salario» es una de las falacias más perversas del igualitarismo. El ardid está en la premisa «igual trabajo» porque no hay dos empleados que sean igualmente productivos, ni siquiera un mismo individuo tiene igual rendimiento en el transcurso del tiempo. Paradójicamente, lo realmente justo es la desigualdad salarial, tal y como ocurre en el deporte profesional: cada jugador percibe un específico salario en función de su rendimiento. La discriminación salarial no solo es impecable desde una óptica económica (sistema de precios), sino desde la teoría ulpiana de la justicia: dar a cada uno lo suyo.

Salario «digno» y «justo»

«Proteger los salarios» es una expresión confusa porque nadie «ataca» los salarios. En el libre mercado, los salarios suben y bajan como sucede con cualquier otro precio de los factores de producción —insumos, energía, seguros, alquileres, etc.— o de los bienes de consumo. Impedir legalmente que los salarios bajen o subirlos por encima de la productividad marginal del trabajo provoca desempleo institucional.

«Salario digno». Según los predicadores —sindicalistas, políticos, demagogos— de la justicia social, todo empleado «debería» tener un salario suficiente para vivir con dignidad, es decir, que le permita cubrir sus necesidades y las de su familia. Esta idea se enfrenta a tres problemas. El primero es intelectual: los deseos no pueden reemplazar a la realidad científica; el segundo es práctico: la dignidad es un concepto subjetivo y no puede medirse un salario mínimo; y el tercero es ético: la intervención del mercado laboral es una agresión a la libertad contractual de las partes.

«Salario justo». La economía se limita a describir cómo se forman los precios, sin entrar en cuestiones morales o jurídicas. Éticamente, un salario es justo cuando ha sido acordado libremente por las partes. Jurídicamente, es justo cuando las partes cumplen lo pactado. Cualquier otra apreciación —ideológica, emotiva o sentimental— es arbitraria.

Salario «mínimo» y «precario»

«Salario mínimo». A pesar de su popularidad, es un grave error económico y ético. Sus partidarios son ignorantes o malvados. Los primeros creen que, por decreto, se puede mejorar el nivel de vida del empleado a expensas del empresario. Los segundos —políticos— saben que el salario mínimo provoca desempleo (en los trabajadores marginales), pero proporciona réditos electorales dada la ignorancia económica de los votantes. El empresario no puede pagar a un empleado más de lo que produce, por lo que, en última instancia, el salario mínimo es cero euros: el despido.

«Salarios nominal y real». El primero es la cantidad de dinero (unidades monetarias) que percibe el empleado por su trabajo. El segundo es el conjunto de bienes que pueden ser adquiridos con aquél. La capacidad adquisitiva del dinero es lo que determina nuestra prosperidad material, que siempre está amenazada por la inflación institucional (gobiernos y bancos). Ambos términos —nominal y real— son claros y no inducen a confusión.

«Salario precario». Precario es sinónimo de bajo. Quejarse de un salario precario significa: «desearía cobrar más». Sin embargo, estar «mal pagado» es una apreciación subjetiva: si ésta fuera acertada, el empleado no debería tener problemas para encontrar algo mejor; en caso contrario, cabe suponer que el trabajador se equivoca respecto de su valía o que se conforma con lo presente.

Bibliografía

Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.

Serie ‘El lenguaje económico’

1 Comentario

  1. Estupendo articulo. Muy clarificador. Me proporciona argumentos en tertulias con amigos que hablan del salario justo.


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos