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El lenguaje económico (XX): Sobre el poder

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Habitualmente resulta falaz el uso del término «poder» en economía. Dice Mises (2011: 767):

Genera confusión emplear el mismo término «poder» para expresar la capacidad de una empresa para abastecer a los consumidores de automóviles, zapatos o margarina mejor que otros proveedores y para referirse al poder que tienen las fuerzas armadas para quebrar toda resistencia.

Según Max Weber (2006: 162): «Poder o macht (capacidad de imposición) significa la probabilidad de imponer en una relación social la voluntad de uno, incluso contra la resistencia del otro, con independencia de en qué se apoye esa probabilidad». Es decir: «Poder equivale a capacidad para ordenar la actuación ajena» (Mises, 2011: 226). Cuando media poder, la relación humana es jerárquica o hegemónica: uno manda y otro obedece por miedo al castigo. Por ejemplo, ejerce poder un matón de barrio, un asaltante de caminos, un pirata, un piquete «informativo» de huelga o un recaudador de impuestos. Los padres eventualmente ejercen poder sobre sus hijos mientras tengan superioridad física. Todos ellos utilizan la violencia para obtener específicas conductas indeseadas por terceros.

1. Poder de mercado

En los manuales de economía se afirma que las grandes empresas y multinacionales tienen «poder de mercado», entendido como la capacidad de una persona o de un pequeño grupo para influir «indebidamente» en los precios de mercado (Mankiw, 2007: 9). Para otros autores, el «poder de mercado» faculta a las empresas para fijar el precio de sus productos sin perder todas sus ventas (Frank, Jennings y Bernanke, 2012: 260). Todas las empresas fijan precios, pero los consumidores son libres para aceptarlos o rechazarlos. Solo el gobierno, mediante la coacción, puede fijar topes mínimos y máximos a determinados precios.[1] «Poder de mercado» es un oxímoron. El poder es violento y el mercado es pacífico. Ni las empresas ni los multimillonarios tienen poder alguno sobre sus proveedores, clientes o empleados. Las relaciones mercantiles no se basan en el poder, sino en lo que Weber (2006: 162) llama «dominación» (herrschaft): «La probabilidad de que determinadas personas obedezcan una orden con un contenido determinado». En este caso, la obediencia se obtiene mediante la persuasión o la convicción de que las «recomendaciones» de la autoridad resultan beneficiosas para quien las cumple. Por ejemplo, los contratos, la publicidad, las relaciones amorosas, los mandamientos religiosos, los consejos de familiares y amigos o las prescripciones de médicos, asesores y videntes, se inscriben como «dominación».

2. El poder del dinero

Es habitual referirse al «poder del dinero» (Marx, 2008: 80). Tener dinero, sin embargo, no confiere poder alguno sobre terceros. Ningún magnate puede doblar el brazo a los consumidores, obligándoles a comprar lo que produce. Tampoco los 409 millones de dólares gastados por Michael Bloomberg[2] en su campaña electoral de 2020 le sirvieron para alcanzar la presidencia de EE.UU. El error, a nuestro juicio, es confundir «poder» con «capacidad adquisitiva». Ni siquiera el dinero usado con intención de soborno otorga poder. El dinero únicamente da poder cuando se usa con fines violentos, como contratar matones, sicarios o equipar ejércitos.

3. Poder empresarial y financiero

Algunos afirman que los políticos no ejercen poder, sino que son simples marionetas al servicio de grandes empresarios, bancos y fondos de inversión. Un magnate empresarial, eventualmente, puede usar su dinero para influir en las decisiones políticas, pero el político de turno es libre de aceptar o rechazar el soborno. El soborno es un acuerdo libre y consentido por los participantes. El empresario no ejerce poder porque no puede obligar a que el político se corrompa. Solo un mafioso ejerce poder cuando amenaza y asesina a políticos, jueces y policías. En cambio, mucho más frecuente y extensa que la anterior es la corrupción estatal: políticos y funcionarios exigen y/o aceptan coimas a cambio de la adjudicación de contratos públicos y otras «facilidades» burocráticas. En este caso, tampoco media poder, porque el empresario es libre de rechazar la «colaboración» económica con los políticos.

El tamaño adquirido por una empresa no es debido a «poder» alguno, al contrario, su elevada participación en el mercado es la mejor prueba de haber servido cabalmente a sus clientes. Tampoco los empresarios son poseedores de un «difuso, pero amenazante poder económico» (Rothbard, 2009: 64) que les faculta para despedir trabajadores. Interrumpir una relación laboral es una prerrogativa de cada parte y no implica violencia alguna; en otras palabras, nadie puede ser obligado a mantener una relación indeseada. Solo el Estado actúa en virtud de mando y subordinación (Mises, 2011: 234).

4. Poder de negociación

Existe la creencia que determinadas empresas, especialmente las de mayor tamaño, tienen «poder» sobre sus proveedores y clientes, supuestamente, las primeras pueden imponer unilateralmente los precios a los segundos porque tienen un mayor «poder intrínseco de negociación». Es habitual culpar a los grandes distribuidores de alimentación de «exigir concesiones de precios» (Porter, 2009: 160) a sus proveedores, que se ven obligados a vender sus productos a precios «demasiado» bajos o incluso con pérdidas. La realidad es que ni los proveedores están obligados a vender a un precio «demasiado» bajo, ni los consumidores a comprar a uno demasiado alto. Las grandes corporaciones obtienen mejores precios porque manejan grandes volúmenes de contratación. Según la ley de la «utilidad marginal decreciente»: a medida que aumenta el número de unidades de un bien (fungible), cada unidad vale menos.[3] El proveedor, por su parte, acepta el trato porque claramente le beneficia: a) Reduce sus costes de transacción; b) Reduce la incertidumbre comercial; [4] etc. Pero si el proveedor considera que el precio es inaceptable, no está obligado a cerrar el trato y buscará alternativas: buscar clientes más pequeños cuya «capacidad de negociación» sea menor, colocar el género en otros mercados o almacenarlo hasta que el precio suba, etc. Por desgracia, algunos agricultores y ganaderos, en lugar de buscar soluciones de mercado (pacíficas) acuden al gobierno (que sí ejerce poder) para que coaccione a la «gran distribución» con un buen decretazo de control de precios.

5. Empoderamiento 

Este término es muy actual y tiene connotaciones positivas. Los ideólogos de género desean empoderar a las mujeres con fines igualitarios y los gurús empresariales recomiendan empoderar a los empleados con fines organizacionales y económicos. En ambos casos se confunde poder con autonomía. Esta última puede ser conveniente y deseable para mejorar la toma de decisiones personales (vitales, laborales), pero «empoderar», stricto sensu, significa otorgar capacidad para violentar a terceros. Esa facultad sólo puede conferirla quien monopoliza la violencia legal: el Estado. Por ejemplo, hasta 1856, los gobiernos «empoderaban» a los corsarios otorgándoles una patente o licencia para atacar barcos y saquear poblaciones de naciones enemigas. Los sindicalistas son «empoderados» cuando el gobierno les permite amenazar y agredir impunemente a los esquiroles o interferir violentamente la producción empresarial. Empoderar, en su caso, puede ser profundamente inmoral. El empoderamiento sólo es legítimo cuando el uso de la fuerza también lo es. Sería admisible empoderar a los individuos, por ejemplo, extendiendo su capacidad legal para repeler una agresión criminal.

Bibliografía

Frank, R., Jennings, S. y Bernanke, B. (2012). Principles of Micro Economics. Sidney: McGraw-Hill.

Mankiw, G. (2007). Principios de economía. Madrid: Thompson.

Marx, K. y Engels, F. (2013) [1848]. Manifiesto del partido comunista. Madrid: Fundación de Investigaciones Marxistas.

Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.

Porter, M. (2009). Estrategia competitiva. Madrid: Pirámide.

Rothbard, M. (2009). La ética de la libertad. Madrid (Kindle): Unión Editorial.

Weber, M. (2006). Conceptos sociológicos fundamentales. Madrid: Alianza Editorial.


[1] «Topar» precios es una expresión incorrecta. Topar significa embestir con los cuernos, chocar o tropezar.

[2] Candidato demócrata, ex alcalde de Nueva York y empresario.

[3] Valor es la utilidad que cada persona otorga subjetivamente a un determinado bien. El precio es la relación de un intercambio comercial.

[4] La seguridad de colocar todo el género es relevante en los productos perecederos.

Serie ‘El lenguaje económico’

(XIX) El principio de Peter

(XVIII) Economía doméstica

(XVII) Producción

(XVI) Inflación

(XV) Empleo y desempleo

(XIV) Nacionalismo

(XIII) Política

(XII) Riqueza y pobreza

(XI) El comercio

(X) Capitalismo

(IX) Fiscalidad

(VIII) Sobre lo público

(VII) La falacia de la inversión pública

(VI) La sanidad

(V) La biología

(IV) La física

(III) La retórica bélica

(II) Las matemáticas

(I) Dinero, precio y valor

2 Comentarios

  1. Lo que se dice aquí sobre que no es poder la capacidad de ciertos agentes económicos de imponer sus intereses a otros agentes es falso. Por mucho que haya una libertad teórica propia de un mercado ‘pacífico’, la REALIDAD HUMANA es que unos agentes con más recursos y voluntad de maximizar su beneficio más allá de lo que una persona normalmente buscaría para mejorar si vida (las ‘máquinas de hacer dinero’ sin freno que son muchos agentes del mundo financiero y empresarial moderno) crean o modelan la situación económica en la que los agentes más débiles en un mercado deben aceptar tratos que les perjudican para no acabar peor aún que si no los aceptasen. Todo ello en las circunstancias específicas de cada momento. Teóricamente, esos agentes peor posicionados podrían buscar un trato más beneficioso, pero la realidad de su situación les impide en muchos casos hacerlo.

    • Estimado Gabriel:
      Gracias por su comentario. Usted mismo lo dice: «para no acabar peor aún que si no los aceptasen». Esos tratos mejoran la situación del agente «débil» y por ello son aceptados voluntariamente. No media poder. Saludos.


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