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El lenguaje económico (XXIX): gasolineras

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Las gasolineras, como cualquier otro negocio, aprovechan las innovaciones tecnológicas para incrementar productividad y beneficios. Hoy veremos como se emplea un lenguaje falaz para atacar dos innovaciones: el autoservicio y las máquinas de aire para el inflado de neumáticos.

Capitalismo de amiguetes

Los sistemas de autoservicio —cajeros automáticos, supermercados, máquinas expendedoras, máquinas de lavado, facturación de equipaje, alquiler de vehículos, aparcamientos, etc.— han supuesto importantes mejoras en la productividad de las empresas; por su parte, los consumidores se han beneficiado de una reducción de los precios y una ampliación del horario comercial. El incremento de la calidad de vida depende de una mayor capitalización de la economía; a pesar de ello, todo automatismo tiene detractores. ¿Quiénes se oponen a las gasolineras automáticas?

Primero, aquellos cuyos intereses se ven directamente afectados; por ejemplo, hay empresarios que no pueden o no quieren deshacerse de la maquinaria existente (surtidores antiguos) y, en lugar de encajar la reducción de sus ventas, acuden a los políticos para que prohíban o limiten la competencia. Esto se llama capitalismo de amiguetes. Al igual que sus cómplices en el gobierno, estos lobbistas son una lacra social que se lucra a expensas de los consumidores y de otros empresarios más audaces.

Facua, y otros, contra los consumidores

Segundo, por extraño que parezca, la organización de consumidores Facua pide que haya al menos un empleado por turno para garantizar los «derechos» (espurios) de los consumidores. La OCU,[1] con mejor criterio, defiende las estaciones automáticas porque ofrecen mejores precios y amplían el horario de servicio al público.

Tercero, las asociaciones de discapacitados creen que esta innovación es discriminatoria; sin embargo, aun en el improbable caso de que desaparecieran absolutamente todos los empleados de las gasolineras, el mercado proporcionará combustible a quienes por conveniencia o incapacitad no quieran o no puedan repostar. Recordemos que ya existen servicios a domicilio para lavado, ITV, sustitución de baterías, etc.

Y cuarto, los sindicatos, con su habitual ludismo, afirman que estas máquinas «destruyen» empleo; sin embargo, «Las máquinas y las herramientas no son primariamente dispositivos para economizar mano de obra, sino medios que aumentan la producción por unidad de gasto» (Mises, 2011: 914). Una gasolinera que instala un surtidor automático no tiene por qué reducir plantilla; pero, si así fuera, no hay nada malo en ello: por un lado, quien mantiene su puesto de trabajo ve aumentada su productividad y su salario; por otro lado, el automatismo permite al consumidor la realización de las tareas más fáciles y menos productivas (i.e. suministrar, pagar), liberando mano de obra necesaria en otros trabajos más difíciles y productivos.

Gasolineras «desatendidas»

Es falsa la afirmación que estas nuevas gasolineras están «desatendidas» o «desasistidas». Todas las máquinas expendedoras —dinero, alimentos, bebidas, revistas— están perfectamente abastecidas y mantenidas por la cuenta que le trae a su dueño. Tampoco están «desatendidos» los aviones cuando usan el piloto automático o los trenes sin conductor (shuttle) que conectan las terminales de un aeropuerto.

La crítica del «desatendimiento» es aún más absurda desde la óptica del consumidor; por ejemplo, en las zonas poco pobladas son precisamente las gasolineras automáticas las que atienden a sus clientes durante la noche o en días festivos. En definitiva, el autoservicio mejora la calidad de vida de la población: reduce el precio del combustible, amplía el horario de la oferta e incrementa la productividad del trabajo en el conjunto de la economía.

Es indignante que las gasolineras cobren por el aire

Recientemente, las gasolineras han empezado a cobrar por el inflado de neumáticos, un servicio que antes ofrecían gratis. Algunos han puesto el grito en el cielo: «En estos tiempos de drama humanitario […] ¡Cobrar por el aire! ¡Insoportable e indignante! ¡Cobrar 1€ por el aire es inmoral!» Analicemos esta falacia. La gasolinera no cobra por el «aire», sino por el servicio que presta una máquina que inyecta aire a presión. El aire que respiramos no es un bien económico, abunda y por eso es gratis; sin embargo, para producir aire comprimido necesitamos bienes escasos: máquina, electricidad, un espacio habilitado, etc.

Las empresas, por lo general, no exigen a sus clientes el pago de determinados servicios: aseos, aparcamientos, transporte, etc.; pero eso no significa que sean gratis. Tan justo es cobrar por la emisión de aire a presión (inflado) como por la de agua y jabón (máquina de lavado); incluso sería lícito cobrar por el uso de los aseos. Quienes se escandalizan porque las empresas cobren lo que antes ofrecían «gratis» cometen un doble error.

Doble error

a) Económico: no entienden que todo aquello se consume debe ser pagado de alguna manera por alguien; por ejemplo, las bolsas de plástico que los supermercados ofrecían «gratis» era un gasto colectivizado: los clientes que acopiaban bolsas en la caja se beneficiaban a expensas del resto que cogía las necesarias o que llevaba sus propias bolsas. Este abuso se eliminó al cobrar 5 céntimos por unidad. Vincular pago y consumo incentiva la conducta económica y reduce las externalidades.

b) Ético: no es justo exigir la gratuidad de un servicio. Si cobrar 1€ por el aire a presión nos parece indignante, ¿qué podemos hacer al respecto? Hay dos posturas que llamaremos «estatista» y «liberal». El hombre estatista apela a la violencia: acude al político para forzar, por ley, la gratuidad del servicio o para imponer precios máximos. El hombre liberal entiende que el «aire a presión» no es gratis y reconoce el derecho del propietario a cobrarlo. Si no desea pagar, buscará otra gasolinera o incluso comprará un pequeño compresor doméstico, pero no acudirá a los políticos para obtener privilegios.

Bibliografía

Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.


[1] Organización de Consumidores y Usuarios.

Serie ‘El lenguaje económico’

(XXVIII) Dad al César lo que es del César

(XXVII) Humanismo

(XXVI) Publicidad (II)

(XXV) Publicidad (I)

(XXIV) El juego

(XXIII) Los fenómenos naturales

(XXII) El turismo

(XXI) Sobre el consumo local

(XX) Sobre el poder

(XIX) El principio de Peter

(XVIII) Economía doméstica

(XVII) Producción

(XVI) Inflación

(XV) Empleo y desempleo

(XIV) Nacionalismo

(XIII) Política

(XII) Riqueza y pobreza

(XI) El comercio

(X) Capitalismo

(IX) Fiscalidad

(VIII) Sobre lo público

(VII) La falacia de la inversión pública

(VI) La sanidad

(V) La biología

(IV) La física

(III) La retórica bélica

(II) Las matemáticas

(I) Dinero, precio y valor

2 Comentarios

  1. Con respecto a algo que nombra el artículo que es el autoservicio de caja en algunos supermercados, no dudo que se una mejora para el supermercado en productividad y ahorro de costes, pero en el caso del cliente no veo mejora alguna desde el momento en que tiene que hacer el cliente el trabajo que antes hacía un empleado y no existe, yo no lo he visto nunca, ni descuento ni ventaja alguna con respecto al precio que se paga por los artículos que pasan por caja atendida por un empleado.
    Yo por lo menos en este caso me niego a utilizar las cajas de autoservicio.

    • El autoservicio reduce costes y permite al empresario abaratar el precio de venta; sin embargo, esto no siempre sucede, otras veces no es directamente observable por el consumidor. Hace bastantes años, la carta de los bares tenía dos precios (barra y mesa): el descuento era explícito. En Ryan Air también se observa que paga más quien más servicio consume. Los sistemas de autoservicio se instalan progresivamente y muchas empresas no desean discriminar inicialmente en el precio (supermercados, gasolineras, Decathlon). Una forma de premiar el autoservicio es la reducción de los tiempos de espera en caja. Si el cliente no recibe ventaja alguna, el sistema no funcionará.


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