La literatura económica define al free-rider como «polizón», «parásito», «oportunista», «gorrón», etc. Hoy analizaremos todos estos términos —normalmente acusatorios— para demostrar que el comportamiento del free-rider es impecable desde las ópticas económica, jurídica y ética.
Externalidades
En ocasiones, el productor de un bien anticipa que ciertas personas —los free-riders— pueden consumirlo sin pagarlo. Según Mises (2011: 777) caben dos posibilidades:
1. El interesado estima tan grande su ganancia personal que está dispuesto a soportar íntegramente los costes.
2. El coste resulta tan elevado que ninguno de los potenciales beneficiarios está dispuesto a soportarlo íntegramente por separado y la obra únicamente puede ejecutarse si un número suficiente de personas aúna sus esfuerzos.
«Polizón» y «parásito»
Llamar al free-rider «polizón» es incorrecto. El polizón embarca, clandestinamente, ilegalmente, en un medio de transporte. Para viajar «gratis», debe previamente invadir una propiedad privada, sin autorización del propietario. El free-rider, por el contrario, es un beneficiario no intencional: no invade la propiedad privada y no viola la ley. Solamente se aprovecha de una circunstancia sobrevenida sobre la que no tiene control. La conducta del free-rider, en definitiva, es jurídicamente correcta, pues no viola derecho alguno, en particular: la propiedad del productor o la de terceros que pagan.
Un parásito es un organismo que vive sobre otro organismo —huésped— o en su interior y del que se alimenta. Desde un punto de vista biológico, un parásito (al igual que un depredador) no es mejor ni peor que su huésped. En el ámbito humano, en cambio, la metáfora «parásito» introduce un juicio moral condenatorio. El parásito biológico vive a expensas de su huésped depauperándolo, enfermándolo e incluso matándolo; es decir, el parásito invade a su huésped perjudicándolo.
En cambio, el consumo del free-rider no se produce en detrimento de terceros que pagan. Cabalmente, solo podemos decir que A parasita a B cuando, de forma invasiva, el primero vive a expensas del segundo; ello implica un vínculo hegemónico, de fuerza entre A y B. Esta circunstancia no se da en el free-rider, en cambio, se produce cotidianamente cuando políticos, funcionarios y otros consumidores netos de impuestos viven a expensas de los productores del sector privado.
«Gorrón» y «oportunista»
Tal vez, «gorrón» sea la definición más aproximada al free-rider, pero un «aprovechado», en su caso, no invade, no ataca, ni sustrae la propiedad privada de terceros. El gorrón, eventualmente, puede tener un comportamiento egoísta y antisocial, pero no viola ninguna ley ni comete crimen alguno.
¿Es malo ser un oportunista? Una oportunidad es una situación que, debidamente identificada[1] y gestionada, proporciona al agente un gran beneficio en relación con el coste soportado. El oportunismo es propio de la función empresarial, pero también de la acción humana misma. Disfrutar los beneficios de una situación preexistente o sobrevenida no solo forma parte de la racionalidad económica, sino que es una causa no intencionada del progreso humano: «Heredamos de nuestros antepasados no solo bienes y productos diversos, de los que derivamos riquezas materiales, sino también ideas y pensamientos, teorías y técnicas, a las que nuestra inteligencia debe su fecundidad» (Mises, 2011: 214).
El mito de la «deseabilidad social»
Un grave error de la teoría de los bienes públicos es colectivizar el valor, ya que este es subjetivo. Solo el individuo puede saber si una determinada externalidad le beneficia o perjudica. Por ejemplo, conspicuos economistas afirman que los fuegos artificiales constituyen una externalidad positiva que debe sufragarse mediante la coacción fiscal, de otro modo, la cantidad producida sería menor a la «deseable socialmente»; pero sólo los individuos tienen deseos.
Los pirómanos seguramente desearían quemar más pólvora, mientras que otros sufren el ruido de las explosiones y desearían su prohibición. ¿Cuál es el estándar para determinar que la cantidad producida de un determinado bien sea «excesiva» o «insuficiente»? ¿Es posible conocer los deseos de todos los individuos? Y aún dándolos por sabidos, ¿es posible sumarlos y restarlos? Solo el libre mercado, mediante el sistema de precios, puede producir las cantidades y calidades de bienes que los consumidores demandan.
¿Debe el free-rider pagar por la externalidad?
En el supuesto de existir una externalidad positiva, el beneficio del free-rider no procede de una relación contractual, explícita o tácita, que obligue al pago de la utilidad recibida. Como dice Block (1983: 9): «Ciertamente, él no ha demandado esos beneficios y, en ningún caso, puede alegarse que los haya contratado».
Bibliografía
Block, W. (1983): «Public Goods and Externalities: The Case of Roads». Journal of Libertarian Studies, vol. VII, n.o 1, primavera, pp. 1-34.
Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
[1] Las oportunidades no se crean, tal y como dice la publicidad del BBVA. Las oportunidades son preexistentes y solo pueden ser descubiertas.
Ver también
El paraíso de los free riders. (María Blanco).
El free rider y sus secuelas. (Joaquín Santiago).
Serie ‘El lenguaje económico’
(XXVIII) Dad al César lo que es del César
(XXIII) Los fenómenos naturales
1 Comentario
No tenía ni idea de lo que era free Rider. Muy interesante.