La Bolsa no es un juego. Quien «opera» —expresión más correcta— en Bolsa «ha de adaptar su conducta a las mudables condiciones del mercado y a sus propios juicios acerca del futuro desarrollo de los precios» (Mises, 2011: 125). La inversión bursátil requiere un conocimiento especializado, información actual e intuición sobre eventos futuros. Los sedicentes jugadores en bolsa, acusados con frecuencia de «malvados especuladores», no juegan temerariamente con el dinero de sus clientes, sino que toman decisiones basadas en un riguroso análisis de la situación de cada empresa, del sector, de la competencia, etc. Prueba de ello es que los legos delegan sus decisiones de inversión en expertos (fondos de inversión) o bien realizan compras sistemáticas (periódicas por un mismo importe nominal).
Los juegos de azar, en general, no precisan conocimiento alguno; por ejemplo, en la lotería, Warren Buffet y otro jugador cualquiera tienen la misma probabilidad de ganar. En la Bolsa, en cambio, solo gana quien posee específicas destrezas como especulador. Por desgracia, «la gente ve siempre algo deshonesto en la contratación bursátil […] Las ganancias especulativas se consideran producto del robo o del hurto practicado a costa del resto de la nación» (Mises, 2011: 619). Particularmente, cuando las bolsas se desploman, se culpa de ello a los especuladores y los gobiernos intervienen el mercado, tal y como sucedió en marzo de 2020 cuando la CNMV prohibió las posiciones cortas durante un mes. Algunos mitos sobre la Bolsa son clarificados por Daniel Lacalle (2013) en su libro Nosotros, los mercados: qué son, cómo funcionan y por qué resultan imprescindibles.
Apostamos por…
La economía no es un casino, ni tampoco una casa de apuestas. Veamos qué se esconde tras esta metáfora tan popular: «apostamos por…» las energías limpias, el turismo de calidad, la veracidad en Internet, la educación y sanidad públicas, la cultura europea, el empleo estable, el comercio local, etc. Stricto sensu, una apuesta es un acto lúdico.
El jugador que apuesta en las carreras de caballos lo hace libremente y con su propio dinero, sin embargo, en boca de políticos, sindicalistas, ingenieros sociales o lobistas; «apostamos por…» esconde, casi siempre, la intención de alcanzar ciertos objetivos bajo coacción; por ejemplo, el político que «apuesta» por el coche eléctrico lo subsidia transfiriendo dinero del contribuyente hacia fabricantes y/o compradores. Esta «apuesta» también consiste en prohibir o restringir el uso de vehículos con motores de combustión, privilegiando a unos conductores y perjudicando a otros. Hay quienes «apuestan» por la práctica del ajedrez en los colegios, pero lo que pretenden es su inclusión obligatoria en el currículo.
Estos falsos jugadores disfrazan sus aviesas intenciones con eufemismos. Por ejemplo: «apostar» por la cultura significa captar fondos públicos para financiar creaciones artísticas carentes de valor para los espectadores; «apostar» por la igualdad conduce a imponer cuotas y otras servidumbres que privilegian a unos a expensas de otros; «apostar» por el turismo de calidad sirve para establecer moratorias, prohibir la construcción de hoteles (excepto los de lujo) o que los particulares alquilen sus viviendas a los turistas; «apostar» por un taxi seguro y de calidad es la excusa para prohibir la competencia de empresas como UBER y Blablacar. En definitiva, detrás de cada «apostamos por…» (en plural) hay un saqueador que quiere tu dinero o un déspota que viola tu libertad.
Teoría de Juegos
Podemos definir la teoría de juegos como el «estudio matemático de las situaciones en que un individuo tiene que tomar una decisión teniendo en cuenta las elecciones que hacen otros» (Figueroba, 2017). Estas interacciones, denominadas «estratégicas», se producen dentro de una estructura formalizada de incentivos: el llamado «juego».
La Teoría de Juegos tiene su aplicación en la estrategia militar, pero también en la economía y en otros campos del saber. Sin embargo, ni la guerra, ni la economía son juegos: «En una sociedad de mercado no existe analogía alguna entre los juegos y los negocios» (Mises, 2011: 140). El profesor Bastos critica resumidamente esta Teoría así: «Con la economía no se juega».[1] La Teoría de Juegos es otro intento positivista de matematizar la economía, por ejemplo, buscando elecciones «óptimas», la racionalidad «perfecta» o estableciendo «modelos» predictivos sobre la conducta humana. La Teoría de Juegos, al igual que la Teoría de la Elección Racional, adolecen del mismo error positivista: «La ciencia es medición»; pero recordemos: «En el mundo de lo económico no hay relaciones constantes, por lo cual toda medición resulta imposible» (Mises, 2011: 67).
Bibliografía
Figueroba, A. (2017). «Teoría de juegos: ¿en qué consiste y en qué ámbitos se aplica?». Recuperado: https://psicologiaymente.com/social/teoria-de-juegos
Lacalle, D. (2013). Nosotros, los mercados: qué son, cómo funcionan y por qué resultan imprescindibles. Barcelona: Deusto (Kindle). Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
[1] https://www.youtube.com/watch?v=4Pn0l377Q0Y
Serie ‘El lenguaje económico’
(XXIII) Los fenómenos naturales
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