Humanismo en un término polisémico. Para nuestros fines lo definiremos como una doctrina ética que proclama la dignidad del ser humano. Con frecuencia, las relaciones mercantiles han sido vistas como atentatorias contra la justicia y la moral; el ejemplo más conspicuo es la (espuria) teoría marxista de la explotación, pero hay más: la condena canónica de la usura, la reputación sospechosa del comerciante y el intermediario, la crítica al dinero, el desagrado de la competencia mercantil, el odio al capitalismo y a la economía de libre mercado, etc.
Ante tales apreciaciones subjetivas, la economía no puede pronunciarse (Mises, 2011: 769). El economista tan sólo puede constatar que bajo una economía de mercado la producción depende de los deseos de los consumidores y que el ingreso que percibe cada cual depende de su capacidad para satisfacerlos. Hoy veremos tres errores de la mal llamada «economía humanista»[1].
Confusión entre el conocimiento descriptivo y normativo
Nadie exige mayor humanidad a la física, la química o la biología; sin embargo, se pide a la economía que sea más humana y solidaria, algo que está claramente fuera de su alcance. La economía es una ciencia descriptiva: «se ocupa de la efectiva actuación del hombre tal como éste opera en el mundo. Sus teoremas jamás se refieren a tipos humanos ideales o perfectos» (Mises, 2011: 769). Las ciencias normativas —ética, derecho, política— estudian las normas, principios y valores que rigen el comportamiento humano y las relaciones sociales. En definitiva, es un error mezclar dos ámbitos del conocimiento distintos: descriptivo y normativo. Esto afirma al respecto Mises:
Las doctrinas éticas pretenden establecer unas escalas valorativas según las cuales el hombre debería comportarse, aunque no siempre lo haya hecho así́. Aspiran a definir el bien y el mal y quieren aconsejarnos acerca de lo que, como bien supremo, debiéramos perseguir. Se trata de disciplinas normativas, interesadas en averiguar cómo debería ser la realidad. Rehúyen adoptar una postura neutral ante hechos ciertos e indubitables; prefieren enjuiciarlos a la luz de subjetivas normas de conducta. Semejante postura es ajena a la praxeología y a la economía.
Ludwig von Mises. La Acción Humana (Unión Editorial, 2011), p 114.
Retorcer las leyes de la economía
Esto no significa, en modo alguno, una oposición entre economía y humanismo, ni tampoco que el economista se desentienda de las cuestiones éticas, pero no es posible crear «otras» economías usando diferentes adjetivos —humanista, solidaria, nueva— o rediseñarla ad hoc según específicos fines o intereses. No está al alcance de filósofos, religiosos o políticos modificar las leyes económicas para que sean más humanitarias. Lo único que pueden hacer es:
a) Utilizar medios políticos. Se trata de un humanismo sui generis, practicado por el Estado social, que confisca la riqueza a unos para dársela a otros y retiene para sí (sostenimiento) una parte sustancial del botín. La legislación estatal en materia asistencial, aceptada por las masas, asume el principio maquiavélico: «El fin justifica los medios».
b) Utilizar medios económicos. En esta categoría, que podemos llamar humanismo genuino o ético, encontramos individuos y organizaciones que donan sus bienes privados o su trabajo a terceros, incluyendo también el activismo pacífico. Estamos ante una genuina — voluntaria — redistribución de la riqueza que renuncia a la violencia como medio para alcanzar fines humanitarios.
Invocar al mal
c) Reclamar medios políticos. Se trata de un falso humanismo donde se pide al político que utilice su poder confiscatorio para ayudar al necesitado. Aquí encontramos numerosos grupos: marxistas, comunistas, socialistas, colectivistas, igualitaristas, ecologistas, nacionalistas, estatistas, etc. Algunas religiones se han deslizado por esta peligrosa pendiente que desemboca en un sometimiento al poder político. Por ejemplo, el Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos pide una «legislación integral de protección social»[2]; por su parte, el Papa Francisco (2015: 54) dice que «urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial». Invocar al Estado —el Mal— para hacer el bien constituye una grave contradicción moral: la legalidad suplanta a la moralidad, la coacción a la libertad y la violencia fiscal a la caridad cristiana. «El gran problema de la humanidad es que hemos convertido al Estado en un becerro de oro que todos adoran» (Huerta de Soto, 2023: 10).
En conclusión, el movimiento humanista busca un fin loable: mejorar las condiciones materiales de las personas, especialmente de aquellas más pobres; pero habitualmente yerra en el diagnóstico del problema: culpar a la economía de la pobreza en el mundo es como culpar a la física de las muertes por caídas al vacío. Quienes reclaman una «economía humanista» cometen un triple error:
Triple error
a) Epistemológico. No es posible exigir a la economía, mediante adjetivos u otros expedientes lingüísticos, que se comporte de manera distinta a como prescribe el axioma central de la praxeología —la acción humana es libre e intencional con conocimiento disperso— y sus teoremas: escasez de medios, valor subjetivo, utilidad marginal, rendimiento decreciente, preferencia temporal, etc. (Zanotti, 2008). Los reclamos humanistas deben dirigirse, en todo caso, a las ciencias normativas.
b) Económico. No entienden que el capitalismo es el único sistema capaz de incrementar el nivel de vida de la humanidad mediante el ahorro, la inversión y el aumento de la tasa de capitalización. El problema no es el capitalismo, sino su ausencia. San Juan Pablo II (1991: 43) entiende que el mercado es la mejor «cadena de solidaridad que se extiende progresivamente» y llega hasta los últimos confines de la Tierra. Quienes deseen reducir la pobreza en el mundo deberían abrazar una economía laissez faire dentro de un entorno institucional que respete irrestrictamente la libertad y la propiedad privada.
c) Ético. No es lícito emplear medios violentos para alcanzar fines. La acción humanitaria del Estado, bajo el lema espurio de la «justicia social», es inmoral porque «todos los Estados y gobiernos son una banda de ladrones» (Huerta de Soto, 2023: 12). Únicamente es ético un sistema humanitario privado.
Bibliografía
Francisco (2015). Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común. Web: Santa Sede.
Huerta de Soto, J. (2023). «Anarquía, Dios y el Papa Francisco». Cuaderno Nº 24, abril 2023. Madrid: Revista Avance de la Libertad.
Juan Pablo II (1991). Centesimus Annus. Web: Santa Sede.
Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
Zanotti, G. (2008): «Axiomas y teoremas en la escuela austríaca de economía». Fundación Hayek. Conferencia para el II Simposio Internacional de Escuela Austríaca de Economía (Rosario, Argentina).
[1] Título del libro del economista José Luis Sampedro (2009).
[2] https://www.noticiasobreras.es/2021/10/trabajadores-cristianos-del-mundo-piden-una-legislacion-integral-de-proteccion-social/
Serie ‘El lenguaje económico’
(XXIII) Los fenómenos naturales
5 Comentarios
Magnífico artículo, como siempre.
Gracias
Me ha gustado mucho, José. Muchas gracias.
Con ganas de volver a coincidir contigo.
Querido Pepe me ha gustado mucho el artículo. Clarifica mucho entre tanta confusión premeditada y diseñada por propios y extraños, hay voluntades de todo «pelaje» o «condición», y, creo, es muy habitual que ninguna se sustraiga de contar las cosas según convenga..
El punto sabio está en buscar «el punto correcto». Desde luego, la economía de mercado enmarcada por un ordenamiento jurídico equilibrado de poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, propios de una democracia moderna liberal sujeta a derecho, es el sistema económico, social y político que mayormente se ha acercado a ese «punto».
Te apunto también lo que en el Corpus de la DSI se afirma en CA, 42. «Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil? La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana, especialmente en los países más avanzados; contra tales fenómenos se alza con firmeza la voz de la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de gran miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en tantos países elimina ciertamente un obstáculo a la hora de afrontar de manera adecuada y realista estos problemas; pero eso no basta para resolverlos. Es más, existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado».
Tu cita referida al 43. San Juan Pablo II (1991: 43) entiende que el mercado es la mejor «cadena de solidaridad que se extiende progresivamente» y llega hasta los últimos confines de la Tierra.
CA, 43. La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y verdaderamente eficaces pueden nacer solamente de las diversas situaciones históricas, gracias al esfuerzo de todos los responsables que afronten los problemas concretos en todos sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales que se relacionan entre sí 84. Para este objetivo la Iglesia ofrece, como orientación ideal e indispensable, la propia doctrina social, la cual —como queda dicho— reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismo tiempo indica que éstos han de estar orientados hacia el bien común. Esta doctrina reconoce también la legitimidad de los esfuerzos de los trabajadores por conseguir el pleno respeto de su dignidad y espacios más amplios de participación en la vida de la empresa, de manera que, aun trabajando juntamente con otros y bajo la dirección de otros, puedan considerar en cierto sentido que «trabajan en algo propio» 85, al ejercitar su inteligencia y libertad.El desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo, por más que esto puede debilitar centros de poder ya consolidados. La empresa no puede considerarse única- mente como una «sociedad de capitales»; es, al mismo tiempo, una «sociedad de personas», en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo. Para conseguir estos fines, sigue siendo necesario todavía un gran movimiento asociativo de los trabajadores, cuyo objetivo es la liberación y la promoción integral de la persona. A la luz de las «cosas nuevas» de hoy ha sido considerada nuevamente la relación entre la propiedad individual o privada y el destino universal de los bienes. El hombre se realiza a sí mismo por medio de su inteligencia y su libertad y, obrando así, asume como objeto e instrumento las cosas del mundo, a la vez que se apropia de ellas. En este modo de actuar se encuentra el fundamento del derecho a la iniciativa y a la propiedad individual. Mediante su trabajo el hombre se compromete no sólo en favor suyo, sino también en favor de los demás y con los demás: cada uno colabora en el trabajo y en el bien de los otros. El hombre trabaja para cubrir las necesidades de su familia, de la comunidad de la que forma parte, de la nación y, en definitiva, de toda la humanidad 86. Colabora, asimismo, en la actividad de los que trabajan en la misma empresa e igualmente en el trabajo de los proveedores o en el consumo de los clientes, en una cadena de solidaridad que se extiende progresivamente. La propiedad de los medios de producción, tanto en el campo industrial como agrícola, es justa y legítima cuando se emplea para un trabajo útil; pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su compresión, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral 87. Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación y constituye un abuso ante Dios y los hombres. La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo tiempo, un derecho. Una sociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente y las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social 88. Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos.
Un cordial abrazo querido amigo.
Muchas felicidades y gracias por el artículo.
José Manuel González Pérez
¡Magnífico!