El anarcocapitalismo ve a los gobiernos como organizaciones violentas y las ha llamado metafóricamente «mafias». Pero, a raíz de los continuos casos de corrupción política que asolan España, el apelativo «mafia» se ha popularizado entre los hablantes. Este «despertar» o visión descarnada del gobierno merece, por nuestra parte, una reflexión comparativa (no exclusivamente económica) para dilucidar si el gobierno es en realidad una mafia.
Fines
Los fines de una mafia son exclusivamente económicos, a saber, el robo de la propiedad ajena. Los fines de los gobiernos son más amplios: poder y dinero, en este orden. La máxima satisfacción de un gobernante es obtener obediencia, recibir honores y pleitesía, y sentirse amado o temido (según el caso) por el pueblo. El enriquecimiento suele ser un fin secundario, aunque no baladí.
Medios y modus operandi
Mafias y gobiernos capturan bienes económicos de terceros mediante la intimidación, amenaza y/o uso efectivo de la violencia. Las primeras actúan abierta y brutalmente mediante una pandilla de matones que recauda a punta de pistola. En caso de incumplimiento o retraso en el pago, es el propio matón quien ejecuta el castigo. Las mafias no imponen una burocracia a sus víctimas y todo el proceso confiscatorio es muy sencillo. Los gobiernos, por su parte, confiscan de forma «civilizada» mediante un sofisticado e intrincado sistema legal, burocrático, policial y judicial.
Además de la recaudación de múltiples y variados tributos, los gobiernos tienen a su disposición una forma invisible de robo, a saber, la inflación monetaria que le proporciona el monopolio de producción de dinero (banco central). En ocasiones, políticos y funcionarios, insatisfechos con su salario, amplían sus operaciones al margen de la ley y actúan como mafias: a) Amenazando a sus víctimas —individuos y empresas— con penas de cárcel, por falsos delitos fiscales, para luego alcanzar «acuerdos» económicos extrajudiciales.[1] b) Exigiendo comisiones ilegales a cambio de adjudicaciones de contratos.[2] c) Legislando en favor de ciertas empresas o grupos de interés a cambio de comisiones.[3]
Territorio
Según Max Weber (1979: 83): «Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el «territorio» es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima». Las zonas de actuación de las mafias suelen ser reducidas —calles, barrios, ciudades— y dinámicas: varían frecuentemente en función de las luchas y/o acuerdos entre los distintos grupos o cárteles. Por su parte, las jurisdicciones políticas — municipios, provincias, regiones, estados— son más amplias, definidas y estables en el tiempo.
Monopolio de la violencia
Mafias y gobiernos, para alcanzar sus fines, deben monopolizar la violencia en sus respectivos ámbitos: privado y estatal. Ambos monopolios se alcanzan mediante la violencia (física) o los pactos.[4] Las mafias luchan a muerte entre sí hasta que solo quede una, pero también se reparten el «mercado» formando cárteles. Por su parte, los gobiernos hacen guerras o alcanzan acuerdos internacionales. Las mafias son relativamente pequeñas, aunque las grandes pueden tener estructuras territoriales. Los estados, por su parte, son mucho mayores y el poder político está repartido y solapado en diferentes niveles: local, regional, nacional y supranacional.
Las mafias nunca ceden voluntariamente su monopolio. Los gobiernos, puntualmente, permiten ejercer la violencia física con impunidad a ciertos grupos (sindicatos, ocupas) y también legalizan, con carácter duradero, específicos crímenes.[5] Una mafia, necesariamente, actúa en el seno de uno o más estados, amenazando sus monopolios: violencia, legal, fiscal, policial, judicial, etc. Los gobiernos procuran detener, juzgar y encarcelar a los mafiosos, pero en ocasiones, políticos y funcionarios hacen negocios con ellos y establecen una «entente cordial»; en este caso, las víctimas sufren una doble violencia.
Legitimidad de la violencia y falsificación de dinero
Las mafias son organizaciones criminales y así es visto por sus propios miembros y por la sociedad. Los gobiernos, en cambio, de forma evolutiva, han conseguido legitimarse: la gran mayoría de ciudadanos piensa (acertada o equivocadamente) que el pago forzoso de tributos no es un robo y acepta, en general, el orden social vigente.
Desde el punto de vista económico, no existe diferencia alguna entre la falsificación (ilegal) de dinero que realiza una mafia y la impresión (legal) de billetes por parte de un banco central o, incluso, del enriquecimiento ilegítimo que perpetra el sistema bancario de reserva fraccionaria.
Liderazgo
En sus conferencias, el profesor Miguel A. Bastos señala que los gobiernos, al igual que las mafias, son «bandas organizadas» que funcionan en anarquía. Los grupos que ejercen poder, políticos o mafiosos, se organizan y actúan según costumbres y reglas no escritas. Frecuentemente, los hombres más crueles e inmorales alcanzan el liderazgo en las mafias, pero también en la política. Refiriéndose a la democracia, afirma Hoppe (2012: 91):
En agudo contraste [con la monarquía hereditaria], la selección de los gobernantes mediante elecciones populares hace imposible que una persona inofensiva o decente pueda llegar a lo más alto del gobierno alguna vez. Los presidentes y los jefes de gobierno se alzan con sus magistraturas como consecuencia de su gran eficacia como demagogos moralmente desinhibidos. Por eso, la democracia es el régimen que asegura que únicamente los tipos peligrosos lleguen arriba.
Protección
Mafias y gobiernos proveen una protección sui generis a sus clientes porque estos se ven forzados a pagarla y consumirla sin su consentimiento. En una relación jerárquica no existe un intercambio genuino y lo que se recibe es necesariamente de inferior cantidad y calidad (con respecto a una relación contractual). Conviene aquí matizar que ciertos proveedores ilegales de sustancias (drogas) o servicios (transporte transfronterizo de personas) pueden ser mafias según el estado, pero nunca para sus clientes, que han aceptado libremente el intercambio. Desde una óptica praxeológica, el traficante de drogas es un mero comerciante y el traficante de inmigrantes es un mero transportista.
Es la legislación la que convierte a un honrado empresario es un mafioso. Las mafias protegen a sus «clientes», pero solo frente a otras mafias, no pudiendo evitar la violencia estatal. Algunos gobiernos, en ocasiones, tampoco pueden evitar la acción de mafias, guerrillas y grupos paramilitares. Además de la confiscación de la propiedad, los gobiernos agreden a la población de múltiples formas, principalmente con leyes malas e injustas, pero sin duda, su principal externalidad es la guerra y otras formas masivas de violencia. El politólogo R. J. Rummel (1994) llama «democidio» al asesinato sistemático de poblaciones por parte de sus gobiernos, incluyendo genocidios, masacres políticas, ejecuciones extrajudiciales y hambrunas provocadas.
Riesgo y estilo de vida
Por su actividad criminal los mafiosos soportan elevados riesgos personales: pueden ser asesinados por otras mafias rivales y son perseguidos y encarcelados por el aparato estatal. Ello les obliga a soportar incomodidades tales como esconderse, cambiar frecuentemente de domicilio, etc. Los gobernantes, en cambio, pueden confiscar la propiedad ad libitum y, al mismo tiempo, gozar de un gran prestigio social. Aún delinquiendo, los políticos suelen eludir la responsabilidad de sus errores señalando como culpables a técnicos y funcionarios; y cuando esto no es suficiente, tienen privilegios para eludir la acción ordinaria de la justicia (aforamiento)— y las penas de cárcel (indulto).
Conclusión
Hemos visto bastantes similitudes entre una mafia y un gobierno. La principal es que ambas organizaciones utilizan la violencia para confiscar la propiedad ajena. La gran diferencia es que los gobiernos han evolucionado hasta conseguir legitimarse, lo cual proporciona a sus miembros un sustento económico y otras canonjías. Sin embargo, la corrupción gubernamental merma su legitimidad y los ciudadanos ya no distinguen entre mafia y gobierno. De igual forma que los dioses mueren cuando la gente ya no cree en ellos, el estado se extinguirá cuando sea visto como una mafia disfrazada.
Bibliografía
- Hoppe, H. (2012): Monarquía, democracia y orden natural. Madrid: Unión Editorial.
- Rummel, R. J. (1994). Death by government. New Jersey: Transaction Publishers.
- Weber, M. (1979): El político y el científico. Madrid: Alianza Editorial.
Notas
[1] Ejemplos: Xabi Alonso, Cristiano Ronaldo, José Mourinho, Carlo Ancelotti, etc.
[2] Pascual Maragall, durante un pleno parlamentario (24/02/2005), interpeló al líder de la oposición, Artur Mas (CDC), con estas palabras: «Ustedes tienen un problema y ese problema se llama tres por ciento».
[3] Cristóbal Montoro (PP) está actualmente imputado por haber dirigido, desde el Ministerio de Hacienda, una trama que extorsionaba a las empresas.
[4] La violencia genuina debe ser objetiva y, por tanto, física. La apología, los sentimientos (odio) o los estados psicológicos no son crímenes.
[5] Ejemplos: a) La reserva fraccionaria, en favor de la banca privada; b) El overbooking, en favor de las aerolíneas; c) El incumplimiento de contratos de arrendamiento en favor de determinados colectivos «vulnerables», etc. d) El aborto, en favor de las mujeres y ejecutantes del acto (clínicas).
Serie ‘El lenguaje económico’
- (LIII) Sobre la ‘Ley de Say’
- (LII) El chivo expiatorio
- (LI) Sobre la guerra comercial
- (L) Ambigüedad
- (XLIX) Criptomonedas
- (XLVIII) Sobre las cosas ‘gratis’
- (XLVII) Población
- (XLVI) Eufemismos
- (XLV) Huelga de alquileres
- (XLIV) Sobre la calidad
- (XLIII) Sindicalismo
- (XLII) Contraeconomía
- (XLI) Metales
- (XL) Sobre el concepto de ‘modelo’
- (XXXIX) ¿Tiene Canarias un límite?
- (XXXVIII) Las ‘zonas tensionadas’
- (XXXVII) Salario
- (XXXVI) Los colores
- (XXXV) Lo social (III)
- (XXXIV) Lo social (II)
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