El incremento de los aranceles decretado por el presidente Trump y las represalias fiscales de otros estados y bloques económicos (UE) trae a la actualidad la bien conocida retórica bélica en los asuntos económicos.
¿Qué es el arancel?
Es un impuesto estatal que grava la entrada de mercancías a un territorio.[1] Frente a un incremento del arancel, el importador tiene dos opciones: a) No repercutirlo a su cliente y asumir una reducción del beneficio. b) Trasladar toda o parte de la subida al precio final del producto, lo que supone inexorablemente una reducción en el número de unidades vendidas.
Cada importador buscará la mejor forma de encajar el rejón arancelario. En última instancia, cualquier impuesto —IVA, arancel, IRPF, sociedades— de forma inmediata o diferida, reduce (violentamente) el consumo del individuo y, por tanto, su nivel de vida. El gobierno, en cambio, aumenta el ingreso fiscal para su propio interés: consumo y reparto del botín fiscal.
No nos dejemos engañar con eslóganes patrióticos y proteccionistas. El arancel no mejora la economía de la nación, sino la del propio gobierno y la de específicas empresas menos eficientes que sus competidoras extranjeras. La guerra comercial no se produce entre naciones, tal y como muestra la retórica política. La única finalidad del arancel es la confiscación, es decir, el robo, pero los gobiernos emplean diferentes subterfugios para engañar a la población. Según Rothbard (2009: 1102): «Los argumentos a favor de los aranceles tienen una cosa en común: todos intentan demostrar que los consumidores del área protegida no son explotados por el arancel».
También existen aranceles locales, por ejemplo, en Canarias, tenemos el Arbitrio Insular a la Entrada de Mercancías (AIEM), popularmente conocido como «impuesto revolucionario». Otro engaño es llamar «tasa» a lo que es simple y llanamente otro impuesto más, por ejemplo, la tasa turística (Cataluña y Baleares) grava las pernoctaciones y tiene las mismas consecuencias económicas que un arancel: reduce el consumo de los turistas a la vez que los desvía a otros destinos.
America First
Primero, es falso afirmar que el arancel defienda la (en singular) industria nacional. El arancel solo beneficia a específicas empresas que son protegidas de la competencia de productos foráneos, mejores y/o más baratos. Estos últimos no nos «atacan», al revés, nos benefician. Segundo, combatir la salida (o entrada) de empresas de un país es otro error porque la «deslocalización» de industrias no es otra cosa que la «mejor localización» del capital, algo que produce un doble beneficio: abarata la producción a la vez que aumenta los salarios en los lugares de destino. El retorno de las fábricas a EE.UU., tal y como pretende el presidente Trump, reducirá los beneficios de la división internacional del trabajo, perjudicando principalmente a los consumidores estadounidenses, pero también los de terceros países.
El tercer error es interferir la movilidad laboral internacional. Los flujos migratorios se producen en sentido contrario al del capital: los trabajadores se desplazan hacia países más capitalizados, donde obtienen mejores salarios; por su parte, los países receptores aumentan la disponibilidad del recurso más escaso: la mano de obra.
Balanza comercial «desfavorable»
El mercantilismo (S. XVI al XVIII) fue una doctrina económica que afirmaba que la riqueza de una nación consistía en la acumulación de metales preciosos (oro y plata). Si un país quería enriquecerse, era preciso que las exportaciones superaran a las importaciones, algo que los gobiernos fomentaban gravando las importaciones (aranceles) y subsidiando las industrias locales. Este es el origen teorético e histórico de la mítica balanza comercial «favorable o desfavorable», error mercantilista que, por desgracia, todavía goza de gran popularidad. Como dice Rothbard (2009: 1102):
«’Desfavorable’ es un término engañoso porque cualquier compra es la acción más favorable para el individuo en ese momento». En otras palabras, cualquier situación de la balanza comercial siempre es favorable para quienes intercambian y carece de lógica económica pretender equilibrar cualquier balanza: bilateral, regional o global. Veamos su futilidad: ¿A alguien le importa la balanza comercial entre África y Oceanía, entre Galicia y Aragón o entre Getafe y Leganés? Y si analizamos la balanza comercial de un empleado, será «favorable» con su empleador y «desfavorable» con todos sus proveedores de bienes. ¿Acaso no sería absurdo intentar equilibrarlas?
Guerra comercial
La expresión «guerra comercial» es un oxímoron: la guerra es violenta, el comercio es pacífico. Según Mises (2011: 969): «La economía de mercado presupone la cooperación pacífica». Las empresas no combaten ni luchan a muerte entre sí, sino que compiten satisfaciendo cumplidamente las necesidades y deseos de los consumidores. La mal llamada «guerra comercial» no es un fenómeno mercantil, sino político. Son los gobiernos, no los comerciantes, quienes restringen el comercio internacional mediante impuestos y regulaciones. Al oír «guerra comercial», el hablante común cree que su gobierno se defiende (siempre es otro el que ataca) con represalias fiscales.
Por ejemplo, EE.UU. afirma que se defiende del proteccionismo sui generis que practica la Unión Europea: tasa “Google” y multas millonarias a grandes corporaciones como Meta, Amazon o Intel. Los beneficiarios directos de la escalada arancelaria son los respectivos fiscos, que aumentan su ingreso a expensas de los consumidores. Bajo la apariencia de un conflicto de intereses entre estados, la guerra comercial es un excelente negocio para ambos gobiernos. Y si la propaganda gubernamental es efectiva, el político obtiene respaldo (votos) de los mismos ciudadanos a quienes esquilma con el arancel.
Pegarse un tiro en el pie
Los efectos perversos del intervencionismo están claramente identificados por la teoría económica. La subida de aranceles no afecta solamente a productos de consumo final, sino también a las materias primas, componentes y productos semielaborados foráneos que deben ser importados por los fabricantes locales a precios más elevados. En 2018, la «protección» arancelaria causó a Ford pérdidas por $1.000 millones y hoy Tesla se enfrenta a un aumento de costes debido al arancel sobre las baterías chinas. «Pegarse un tiro en el pie» significa hacerse daño a sí mismo, pero Trump y el resto de gobiernos no apuntan a su propio pie, sino a los pies de los consumidores.
Bibliografía
- Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
- Rothbard, M. (2009). Man, Economy, and State with Power and Market. Alabama: Ludwig von Mises Institute.
Serie ‘El lenguaje económico’
- (L) Ambigüedad
- (XLIX) Criptomonedas
- (XLVIII) Sobre las cosas ‘gratis’
- (XLVII) Población
- (XLVI) Eufemismos
- (XLV) Huelga de alquileres
- (XLIV) Sobre la calidad
- (XLIII) Sindicalismo
- (XLII) Contraeconomía
- (XLI) Metales
- (XL) Sobre el concepto de ‘modelo’
- (XXXIX) ¿Tiene Canarias un límite?
- (XXXVIII) Las ‘zonas tensionadas’
- (XXXVII) Salario
- (XXXVI) Los colores
- (XXXV) Lo social (III)
- (XXXIV) Lo social (II)
- (XXXIII) Lo social (I)
- (XXXII) El free rider
- (XXXI) La eficiencia
- (XXX) Los fallos del mercado
- (XXIX) Gasolineras
- (XXVIII) Dad al César lo que es del César
- (XXVII) Humanismo
- (XXVI) Publicidad (II)
- (XXV) Publicidad (I)
- (XXIV) El juego
- (XXIII) Los fenómenos naturales
- (XXII) El turismo
- (XXI) Sobre el consumo local
- (XX) Sobre el poder
- (XIX) El principio de Peter
- (XVIII) Economía doméstica
- (XVII) Producción
- (XVI) Inflación
- (XV) Empleo y desempleo
- (XIV) Nacionalismo
- (XIII) Política
- (XII) Riqueza y pobreza
- (XI) El comercio
- (X) Capitalismo
- (IX) Fiscalidad
- (VIII) Sobre lo público
- (VII) La falacia de la inversión pública
- (VI) La sanidad
- (V) La biología
- (IV) La física
- (III) La retórica bélica
- (II) Las matemáticas
- (I) Dinero, precio y valor
[1] Solo el 1.5% de los aranceles globales son a las exportaciones (Banco Mundial, 2023).