Los metales —hierro, bronce, oro— se utilizan en economía como metáforas con la finalidad de imprimir mayor solidez o contundencia a ciertas afirmaciones. Por ejemplo, decimos que una ley es de «hierro» o que una regla es de «oro» para trasmitir a la audiencia su supuesta inexorabilidad o infalibilidad. Sin embargo, tal y como veremos, las metáforas metálicas pueden ser engañosas.
Ley de hierro de los salarios
Esta «ley», atribuida al economista clásico David Ricardo, sostiene que los salarios reales tienden, a largo plazo, a mantenerse en el mínimo necesario para la subsistencia de los trabajadores y sus familias. Ello se debe a que cualquier aumento salarial por encima de aquél produciría un aumento de la población, lo que a su vez aumentaría la oferta de mano de obra, reduciendo nuevamente los salarios al nivel de subsistencia.
Ricardo y Malthus, que eran amigos íntimos, se equivocaron en sus visiones pesimistas, a saber, que la población estaba atrapada en un ciclo de pobreza, donde cualquier mejora material quedaba automáticamente anulada por un aumento demográfico. Posteriormente (1863), el socialista Ferdinand Lassalle divulgó esta misma ley llamándola de «bronce», al compararla con la perennidad de las leyes escritas en placas de ese metal.
Salario y capital
En el ámbito religioso, tenemos otro caso de pretender veracidad acudiendo a la escritura en placas metálicas. Joseph Smith, fundador del mormonismo, recibió (supuestamente), en 1827, unas placas de oro de manos del ángel Moroni, que Smith tradujo al inglés y publicó como el Libro de Mormón. Sin embargo, la verdad de una proposición no se mide por la dureza —piedra, bronce, oro— del soporte de la escritura, ni por las metáforas con que se adornan.
La ley de hierro de los salarios es completamente falsa y ha sido refutada teoréticamente y empíricamente:
Lo que acrecienta las retribuciones laborables es la ampliación del capital disponible a un ritmo superior al crecimiento de la población, o, dicho en otras palabras, ascienden los salarios a medida que se incrementa la cuota de capital invertido por obrero.
(Mises, 2011: 721)
Y como tampoco es cierto que la población se reproduzca conforme aumenta la productividad, el resultado final es un incremento de la tasa de capitalización[1] y, por tanto, de la riqueza material de los empleados.
Ley de hierro de la oligarquía
El sociólogo alemán, Robert Michels —con más fortuna que Ricardo—, en su libro «Los partidos políticos» (1911), afirma que todas las organizaciones, sean o no democráticas, tienden a desarrollar estructuras oligárquicas con el tiempo. Es decir, cuando la organización crece en tamaño y complejidad, inevitablemente el poder se concentra en manos de una camarilla de líderes.
Michels también observa que la mayoría de miembros de una organización suele estar menos interesada y menos involucrada en la toma de decisiones cotidianas, lo que deja el campo libre a los líderes para tomar decisiones importantes. Por ejemplo, en las comunidades de propietarios es frecuente observar la desidia de los comuneros ante los problemas que afectan a la conservación y funcionamiento del inmueble. Se dejan completamente en las manos del presidente y del administrador de fincas.
También en los clubes y asociaciones unos pocos dirigen la organización con la anuencia del resto. En el más alto nivel de la política, los partidos, gobiernos y parlamentos se dirigen por una camarilla, algo que cuestiona la idea de democracia representativa. La idea de que cada parlamentario representa al conjunto del pueblo no solo es una imposibilidad lógica, sino una gran estafa política.
Las reglas de oro
Existe variadas reglas de oro cuyos defensores las consideran principios de probada eficacia en sus respectivos campos de acción. Por ejemplo, la regla de oro fiscal afirma que los gobiernos deben limitar el endeudamiento a la financiación de inversiones y no utilizarlo para financiar gasto corriente —salarios, pensiones, redención de deuda—. Este debe cubrirse con ingreso corriente. Su finalidad es asegurar el equilibrio presupuestario y evitar la acumulación de deuda. Aquí debemos matizar que «inversiones» significa, en realidad, «gasto en infraestructuras públicas». Pues la inversión es un fenómeno exclusivo del sector privado.
No hay tal cosa como «inversión pública». Las metáforas áureas no son exclusivas de la economía, sino que abundan en cualquier ámbito y actividad: hay «7 reglas de oro» para el liderazgo, el marketing, las relaciones en pareja, la electricidad, la seguridad, para la buena redacción, etc. En definitiva, una regla de oro no deja de ser una invocación lingüística a una supuesta bondad o efectividad de la norma, sin que podamos atribuirle, por ello, una mayor credibilidad o valor epistémico.
Bibliografía
Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
Ricardo, D. (1978). Principles of Political Economy and Taxation. México: FCE.
[1] Cantidad de capital per cápita.
Serie ‘El lenguaje económico’
- (XL) Sobre el concepto de ‘modelo’
- (XXXIX) ¿Tiene Canarias un límite?
- (XXXVIII) Las ‘zonas tensionadas’
- (XXXVII) Salario
- (XXXVI) Los colores
- (XXXV) Lo social (III)
- (XXXIV) Lo social (II)
- (XXXIII) Lo social (I)
- (XXXII) El free rider
- (XXXI) La eficiencia
- (XXX) Los fallos del mercado
- (XXIX) Gasolineras
- (XXVIII) Dad al César lo que es del César
- (XXVII) Humanismo
- (XXVI) Publicidad (II)
- (XXV) Publicidad (I)
- (XXIV) El juego
- (XXIII) Los fenómenos naturales
- (XXII) El turismo
- (XXI) Sobre el consumo local
- (XX) Sobre el poder
- (XIX) El principio de Peter
- (XVIII) Economía doméstica
- (XVII) Producción
- (XVI) Inflación
- (XV) Empleo y desempleo
- (XIV) Nacionalismo
- (XIII) Política
- (XII) Riqueza y pobreza
- (XI) El comercio
- (X) Capitalismo
- (IX) Fiscalidad
- (VIII) Sobre lo público
- (VII) La falacia de la inversión pública
- (VI) La sanidad
- (V) La biología
- (IV) La física
- (III) La retórica bélica
- (II) Las matemáticas
- (I) Dinero, precio y valor
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