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El lenguaje económico (XXXIX): ¿Tiene Canarias un límite?

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El pasado 20 de abril, bajo el lema «Canarias tiene un límite», una masa heterogénea de manifestantes protestaba por diversos motivos. Los ecologistas se oponían a un «excesivo» crecimiento turístico y pedían al gobierno que lo paralizara con una moratoria (prohibir la construcción de nuevos hoteles) y lo gravara con nuevas tasas (pernoctaciones, visitas a sitios de interés).

Los anticapitalistas e igualitaristas —defensores de la «clase trabajadora»— afirmaban que el turismo solo beneficiaba a unos pocos y que era preciso mejorar el «reparto de la tarta». Los neomaltusianos declaraban que la actual «saturación poblacional» era incompatible con los recursos disponibles (agua potable, carreteras, hospitales, alimentos, etc.).

Algunos residentes se quejaban del elevado precio del alquiler o que los extranjeros (con mayor capacidad adquisitiva) se hicieran con las pocas viviendas disponibles. Unos y otros formulaban sus respectivas emergencias: ambiental, económica, habitacional, demográfica, etc. y pedían al gobierno la creación de un «nuevo modelo» turístico. Analicemos estos eslóganes entrecomillados.

Canarias tiene un límite

Una de las falacias informales es el empleo de términos equívocos o imprecisos (Vega, 2007: 196). Los promotores de la manifestación deberían clarificar los (supuestos) límites —residentes, turistas, hoteles, vehículos— del territorio, especificando las cantidades para cada uno de ellos y, sobre todo: ¿cómo han llegado a tales conclusiones? Un error frecuente en las ciencias sociales es analizar los fenómenos en clave física o mecánica; por ejemplo, quienes se oponen al crecimiento poblacional o al desarrollo turístico emplean la metáfora «capacidad de carga» del territorio; como si este tuviera un «aforo» determinado o soportara una específica «carga útil».

En cuestiones sociales no existen óptimos cuantitativos (habitantes, turistas, vehículos, hoteles) y cualquier cifra apuntada por los «expertos» es necesariamente arbitraria. El único óptimo social —de haberlo— sería aquél generado de forma espontánea y descentralizada en el seno del libre mercado, donde los consumidores determinan (indirectamente) la cantidad y calidad de todo lo que se produce.

El reparto de la tarta

También se acusa injustamente al turismo de generar externalidades negativas o perjuicios para la población local. Los turistas son vistos como gorrones o free riders porque no pagan (supuestamente) todos los servicios públicos que consumen. Los igualitaristas, por su parte, afirman que los beneficios del turismo no llegan a la población y que es preciso «repartir mejor la tarta».

Todo lo anterior es falso. Primero, los turistas pagan absolutamente todo aquello que consumen: pagan la compra de bienes privados a sus proveedores —transporte, alojamiento, alimentación, restauración, alquiler de vehículos, ocio, etc.— y pagan (indirectamente) los servicios públicos con los impuestos: ¿de dónde sale el dinero con que los hoteles pagan IBI, tasas (basura, vado), impuesto de sociedades e incluso las cotizaciones e IRPF de sus empleados? Añadir una tasa turística, subir el IVA o incrementar coactivamente el salario de los empleados turísticos —como proponen algunos— es un robo inadmisible. Segundo, el turismo enriquece a la población local, siempre y cuando las inversiones aumenten en mayor proporción que aquella; en tal caso, crece la tasa de capitalización y los salarios en términos reales.

Por último, la economía no es una metafórica «tarta» que haya que repartir, sino que cada cual ingresa lo que produce. «Redistribuir» la riqueza es un eufemismo porque implica robar la propiedad a sus legítimos dueños para luego repartir el botín. «Repartir la tarta» no solo es inmoral, sino que generaliza la pobreza: «Todos los planes para redistribuir o igualar rentas o riqueza deben socavar o destruir incentivos en ambos extremos de la escala económica» (Hazlitt, 2018). En otras palabras, el igualitarismo incentiva la pereza y el parasitismo, y desincentiva el esfuerzo productivo. 

La saturación poblacional

La «saturación» demográfica es otra mala metáfora procedente de la química. El territorio no es ninguna «solución», ni los habitantes el «soluto», ni sobra población en forma de «precipitado». Afirmar que un territorio está infrapoblado, correctamente poblado o superpoblado es un juicio de valor. Por ejemplo, la isla canaria de La Palma (708 km2) y Singapur (734 km2) tienen superficies parecidas, pero densidades de población muy dispares: 118 habitantes/km2 y 7.720 habitantes/km2, respectivamente. No sería exagerado afirmar que la primera está «desierta» en comparación con la segunda. En la última década, la población canaria ha crecido a un ritmo de 0,39 % anual.[1]

Otro error frecuente es tratar los problemas de forma holística porque los territorios presentan específicas problemáticas; por ejemplo, entre 2013 y 2023, la isla de Tenerife creció el doble (0,79 % anual) que la media de la región, mientras que La Palma decreció el 0,15% anual. Estas cifras no son precisamente «alarmantes» y no justifican, por sí mismas, las alarmas maltusianas. La llegada de inmigrantes procedentes de Hispanoamérica —Venezuela, Cuba, Bolivia, Colombia, etc.— es una bendición para Canarias, pues compensa nuestra baja tasa de natalidad. Los inmigrantes ilegales (africanos), por su parte, suponen un problema transitorio porque su intención no es permanecer en Canarias, sino dar el salto al continente europeo.

La escasez de vivienda

Si la saturación poblacional es un mito, la subida del precio del alquiler debe tener otras causas. El mes pasado (zonas tensionadas) apuntamos que la inseguridad jurídica que sufren los propietarios, unida a la mayor rentabilidad del alquiler vacacional, reducía la oferta de vivienda residencial. Imponer una moratoria turística, como proponen algunos, sería «pegarse un tiro en el pie» porque una mayor afluencia de turismo agravaría la situación. No debemos olvidar que la inflación también afecta al precio de los alquileres. Entre 2021 y 2024, el IPC en Canarias subió un 16,6% (5,5% anual).[2] Resulta extraño que nadie repare en este impuesto oculto, ni pida la abolición del Banco Central Europeo y de la banca con reserva fraccionaria, únicos causantes de la inflación.

Por último, está la cuestión de los extranjeros que compran viviendas en Canarias. Una mayor demanda, ceteris paribus, incrementa el precio de la vivienda, beneficiando a vendedores y perjudicando a compradores. En cualquier caso, los controles de precios u otra interferencia gubernamental en el mercado inmobiliario no aumentará la oferta de vivienda, única solución genuina ante su escasez.

El cambio de modelo

La variedad de lamentos expuestos se resume en otra quimera: el cambio de «modelo» económico y turístico. La sociedad es un orden muy complejo y no puede modelarse como si de un prototipo se tratara. El diseño social coactivo se denomina «constructivismo». Según Mises (2011: 234): «Existen dos diferentes formas de cooperación social: la cooperación en virtud de contrato y la coordinación voluntaria, y la cooperación en virtud de mando y subordinación, es decir, hegemónica». En la primera, cada persona es libre de elegir su propio modelo de vida y en la segunda, el tirano —autócrata o demócrata— impone a todos un único modelo.

Bibliografía

Hazlitt, H. (2018). «¿Puede el Estado reducir la pobreza?». Mises Institute.

Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.

Vega, L. (2007). Si de argumentar se trata. España: Montesinos.


[1] Fuente: Instituto Canario de Estadística (ISTAC).

[2] Fuente: Instituto Canario de Estadística (ISTAC).

Serie ‘El lenguaje económico’

2 Comentarios

  1. Muy buen artículo.

  2. Estimado Sr, Cabrera:
    Estando totalmente de acuerdo con Vd. (salvo en lo de ANCAPIA) dice:
    «»»No debemos olvidar que la inflación también afecta al precio de los alquileres. Entre 2021 y 2024, el IPC en Canarias subió un 16,6% (5,5% anual).[2]»»» ; la inflacion de precios (en el mejor de los casos un Proxy) o IPC, es la consecuencia como Vd. ya sabe; tambien conoce la causa; y , por eso, la mayoria de la gente se fija en el dedo y no en la Luna; tambien le pasa a muchos economistas mainstream (un tal Rallo et altri), que dicen que la deflacion de precios es mala; ergo, la inflacion monetaria es buena porque mantiene estable el IPC (un fantasma que por definición implica la constancia de los precios relativos, ya sea en dinero o en una economia de trueque; de hecho el mainstream lo que aplica es un constructo imaginario de esta ultima en una Economia de Giro Uniforme) y, ¡manda carallo!, la utilidad marginal individual del dinero; ocurrencias de vendedores de humo como decia Hayek, que no es santo de mi devoción.

    Un cordial saludo.


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