No son lo mismo

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El pasado 26 de octubre Javier Milei salió reforzado en las elecciones de medio término en Argentina. Bastó ese resultado para que gran parte de la prensa internacional repitiera el viejo reflejo de compararlo con Donald Trump o de etiquetarlo como “ultraderechista”. Es una simplificación cómoda, útil para quien necesita un villano rápido, pero que ignora que Milei y Trump no solo parten de tradiciones distintas, sino que persiguen fines opuestos. Que ambos aparezcan en los mismos titulares no los convierte en la misma cosa.

¿Qué es ser de ultraderecha?

La extrema derecha se puede explicar como una ideología ultranacionalista, entendiendo la primacía de la nación sobre el individuo y sobre cualquier otro grupo humano. Donde el liberalismo centra la moral y el derecho en la persona concreta, el ultranacionalismo desplaza ese foco hacia una entidad colectiva que reclama políticas públicas en su nombre. Esta inversión del sujeto moral reordena todo el edificio institucional y abre la puerta a restringir libertades individuales en aras de un supuesto interés nacional.

De esa premisa se derivan comportamientos característicos. Primero, la preferencia por el miembro del grupo frente a los extranjeros. No se evalúan personas, se ponderan pertenencias; el “nosotros” adquiere derechos reforzados y el “ellos” ve los suyos degradados. Segundo, el mercantilismo proteccionista. La industria nacional se blinda por ser nacional, aunque sea menos eficiente. Se imponen aranceles y barreras para impedir la disciplina competitiva del comercio.

A esto suele añadirse el tradicionalismo. La nación se concibe como un relato histórico con costumbres que deben preservarse, de modo que se imponen rituales y normas morales a los individuos en nombre de la identidad colectiva. Aunque la identidad conservadora no es contingente a la extrema derecha, la tradición de prácticamente todos los países tiende a ser conservadora, por lo que se puede arrogar como una característica de esta ideología.

El cuarto rasgo es la moralización del Estado. El Estado deja de verse como un mal a contener y pasa a presentarse como la encarnación de la nación, su brazo y su conciencia. Si la nación manda, el Estado debe mandar por ella. De ahí la preferencia por aparatos públicos grandes, por economías dirigidas, por muros arancelarios y por políticas culturales que uniformicen.

¿Es Milei de extrema derecha?

La extrema derecha coloca a la nación por encima de la persona y moraliza al Estado como encarnación de ese “espíritu” colectivo. Milei, en cambio, parte del individuo y de la cooperación voluntaria. El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en la no agresión y en la defensa de la vida, la libertad y la propiedad. No hay culto a la nación ni voluntad de subordinar a las personas a un relato identitario. Hay un intento de despolitizar esferas de la vida hoy capturadas por el Estado y devolverlas al ámbito contractual.

Milei está a favor de toda la inmigración, pues no propone jerarquías de derechos por pertenencia al grupo nacional. Reconoce que la inmigración es parte de cualquier historia familiar y que el inmigrante es, ante todo, un potencial cooperador. Las críticas que hoy existen contra la inmigración o los problemas derivados, son en realidad, conductas que cualquier liberal rechazaría en nacionales o foráneos, como la delincuencia o el aprovechamiento del Estado del bienestar. La inmigración nunca fue un problema hasta que existieron servicios de los que unos se podían aprovechar a costa de otros. Los problemas de la inmigración no se resuelven echando o limitando la entrada de inmigrantes, sino desmantelando el Estado del bienestar. Si se quiere preservar la cooperación, hay que eliminar los incentivos perversos que la distorsionan, no a las personas que desean participar en ella.

En economía se distancia del mercantilismo proteccionista que suele acompañar a la extrema derecha. Su defensa del libre comercio es explícita y militante. No ve en la barrera arancelaria una herramienta de virtud nacional, sino un impuesto que empobrece a los consumidores, atrofia la competencia y perpetúa privilegios. Milei está en las antípodas de los muros comerciales y del dirigismo industrial.

Tampoco cree en un tradicionalismo como moral obligatoria, y un ejemplo es su posición sobre el matrimonio. Considera que es un contrato privado y que el Estado no debe dictar su contenido ni sus formas, lo que deja espacio a arreglos tan diversos como consientan los adultos involucrados. Su criterio con las drogas es igualmente liberal, y defiende que cada uno haga con su vida lo que quiera siempre que no agreda a terceros, y que nadie socialice los costes de sus decisiones. De nuevo, individuo y responsabilidad por delante de cualquier cruzada moral nacional.

Con todo esto, y a la luz de sus ideas y propuestas, Milei no encaja en la extrema derecha. La etiqueta se le pega por dos razones más prosaicas. Una, la necesidad de descalificar el emergente liberalismo argentino asociándolo a aquello que repele a buena parte del público. Otra, la pereza analítica y falta de comprensión de los medios de qué es Javier Milei, mientras califican cualquier posición contraria a la izquierda como “ultra”. Si Milei mantiene el respeto irrestricto al proyecto de vida ajeno y la prioridad del mercado frente al mando político, su sitio intelectual no está en el ultranacionalismo sino en el liberalismo.

¿Qué busca Milei?

Milei persigue desmontar la estructura de poder y privilegios que el Estado ha levantado sobre la sociedad argentina. Su diagnóstico es que el Estado no es un árbitro neutral, sino una organización criminal que vive del saqueo sistemático de los productores mediante la coacción fiscal y monetaria. El Estado no es la comunidad organizada, sino el monopolio de la violencia institucionalizada. Su objetivo, por tanto, no es administrarlo mejor, sino reducirlo hasta hacerlo irrelevante, devolviendo al individuo la responsabilidad sobre su vida, su trabajo y su dinero.

Ahora bien, Milei no pretende pulsar el botón rojo de Rothbard y hacer desaparecer al Estado de un día para otro. El Estado ha colonizado instituciones sociales esenciales como la educación, la asistencia, la moneda, la seguridad o la justicia. Si esas instituciones fueran destruidas de golpe, la sociedad no tendría aún los mecanismos espontáneos para reemplazarlas, y del caos resultante surgiría, inevitablemente, un nuevo Leviatán más poderoso que el anterior. Por eso la desaparición del Estado debe ser gradual. La batalla principal no es administrativa, sino cultural, para deslegitimar al Estado como supuesto garante del orden y devolver a los ciudadanos la confianza en su capacidad para coordinarse libremente.

¿Es Javier Milei lo mismo que Vox?

Vox y Milei posan juntos en las fotos internacionales y comparten una parte del voto “antisistema”, pero sus proyectos se separan donde más importa. Milei entiende el comercio libre como pieza civilizatoria y busca abrir la economía argentina a la competencia para abaratar precios y disciplinar privilegios. Su gobierno ha desmontado trabas a la importación, sustituyendo licencias y controles discrecionales por mecanismos más automáticos, además de recortar aranceles en distintos rubros. Busca más competencia, más poder de compra para el consumidor y reasignación de recursos hacia actividades realmente productivas.

Vox, en cambio, ha puesto el acento en blindar al productor “nacional” frente a la competencia exterior. Su posición sobre el acuerdo Unión Europea–Mercosur mostraba que  mientras Buenos Aires intentaba reactivar o reconducir el libre mercado con la UE como parte de una agenda aperturista, Vox exigió al Gobierno español que lo rechace por considerar que dañaría al campo y a la industria local. Es una defensa de la frontera como dique económico que choca con la libertad, donde la soberanía que cuenta es la del consumidor y su libertad para elegir lo mejor y más barato, venga de donde venga. El argumento de Vox es que los productos extranjeros no cumplen las exigencias sanitarias que los nacionales están obligados a cumplir; pero mientras que Milei aboga por liberalizar dichas exigencias y abrir el mercado, Vox pretende todo lo contrario.

La portavoz de Vox, Pepa Millán, denunció que webs “extranjeras” venden “demasiado barato” y ponen en riesgo el comercio local. Ese planteamiento asume que los precios más bajos son un problema y que el Estado debe corregirlos con barreras. ¿Cómo va a ser un problema recibir un producto a un mejor precio? Si ese producto es de igual calidad, es evidente que no es problema; y si es de menor calidad, los consumidores tendrán que poder elegir si comprarlo a un precio menor asumiendo la menor calidad, o si prefieren no hacerlo.

¿Es Javier Milei lo mismo que Trump?

Buena parte de la prensa despachó el triunfo de Milei etiquetando como ultraderechista y lo metió en el mismo cajón que Donald Trump. El problema es que, si uno atiende a lo que cada uno propone y a cómo justifican sus decisiones, no hay identidad política posible. Milei es un liberal libertario que quiere achicar el Estado y abrir la economía. Trump es un nacionalista conservador con reflejo mercantilista que ha hecho del proteccionismo, del gasto y de la presión sobre la política monetaria herramientas centrales.

En comercio exterior las trayectorias son opuestas. Trump ha defendido aranceles y barreras como escudo para la industria estadounidense, con la idea de proteger a “los nuestros” frente a la competencia. Milei insiste en desarmar el proteccionismo y en ampliar la libertad de elección del consumidor argentino. Si afuera se produce mejor o más barato, el argentino debe poder comprarlo sin pagar la mordida de privilegios locales. El mérito de mantener el libre comercio es gigante, especialmente si tenemos en cuenta que los lobbys de productores argentinos pedían a Milei que no lo hiciese, para poder mantener sus privilegios.

La distancia se agranda en dinero y banca central. Trump ha coqueteado abiertamente con la idea de empujar tipos de interés bajos y de presionar a la Reserva Federal cuando sus decisiones le parecían un obstáculo. Milei parte de otra premisa y repite una y otra vez su intención de lograr una moneda fuerte, el fin de la emisión discrecional y el cierre del Banco Central para impedir que la política vuelva a financiarse con inflación. No quiere administrar mejor el pedal monetario, quiere quitar el pedal y soldar la tapa. Para Trump la palanca monetaria se usa; mientras que para Milei la palanca es el problema.

En política fiscal ocurre lo mismo. Trump gobernó cómodo con déficits elevados y entendió el presupuesto como palanca coyuntural para empujar actividad, durante su primer mandato fue uno de los presidentes de Estados Unidos que más aumentó la deuda pública del país en tiempos de paz. Milei defiende equilibrio estricto y superávit, habiendo dedicado su primer año de mandato a lograrlo. Es la convicción de que el déficit crónico desplaza capital, encarece el crédito, alimenta ciclos y termina tragándose el ahorro privado. En su programa la caja tiene que cuadrar, no por austeridad moralista sino porque sin disciplina fiscal no hay estabilidad duradera ni horizonte de inversión.

Si miramos el conjunto, muchas decisiones económicas de Trump se parecen más al peronismo que al liberalismo de Milei. Aranceles para proteger sectores. Señales a la autoridad monetaria para abaratar el dinero. Déficits como herramienta de estímulo. Justo lo que en Argentina han practicado durante décadas quienes hoy acusan a Milei de “extremo”. Puede que Trump no reconozca afinidad con el peronismo por su deriva reciente hacia la izquierda kirchnerista, pero los hechos son los que son. Milei, en cambio, se ha definido como liberal libertario y ha construido un discurso coherente con ese marco.

También hay diferencia en la filosofía del poder. El trumpismo promete mandar desde un Estado fuerte al servicio de la nación. Al contrario, Milei intenta mandar menos, despolitizar parcelas de la vida hoy capturadas y devolverlas al contrato, a la competencia y a la responsabilidad individual. Uno habla de grandeza nacional y reindustrialización dirigida, llegando a proponer que las fábricas de las empresas americanas vuelvan a los Estados Unidos. El otro habla de abrir mercados, eliminar privilegios, estabilizar la moneda y limitar al gobernante para que no pueda meter la mano en el bolsillo del ciudadano por la vía fiscal o inflacionaria.

Trump nunca se presentó como liberal libertario ni abrazó ideas liberales y por tanto, Milei no es el Trump argentino. Su base doctrinal, sus prioridades y sus instrumentos apuntan en sentido contrario. Que los dos desafíen al establishment mediático y que coincidan en la foto internacional no cambia la sustancia. Trump un socialista de derechas, un intervencionista tremendo, enemigo del libre comercio y con ansias de proteger la industria norteamericana con muros y rejas. Milei es justo lo contrario, un liberal libertario que busca abrir, estabilizar y recortar poder al Estado. Ojalá la política cotidiana en los próximos años no desmienta esta diferencia. De momento, en ideas, hechos y objetivos, no hay confusión posible.

¿Por qué Javier Milei se relaciona con ellos?

Sentado todo lo anterior, conviene admitir que la propia puesta en escena de Milei alimenta la confusión. En la foto internacional aparece junto a Trump, Abascal, Bolsonario, Le Pen o Meloni, y eso invita a la confusión. La explicación no es doctrinal, es de realpolitik. Un presidente que intenta desmantelar privilegios, estabilizar la moneda y abrir la economía necesita anclajes externos, altavoces y apoyos tácticos. En el tablero actual casi no hay jefes de gobierno abiertamente liberales. Ante este panorama, Milei podría no establecer ningún tipo de alianza internacional, pero evidentemente esa postura iría en detrimento de Argentina. Es preferible tejer alianzas allí donde hay coincidencias suficientes para avanzar tu agenda y, sobre todo, donde no te bloquean aquello que consideras irrenunciable.

A Milei le interesa que Washington no sabotee su hoja de ruta monetaria y fiscal, y que abra puertas comerciales en la medida de lo posible, por lo que está obligado a tener buena relación con el presidente Trump. Con Vox y con parte de la derecha europea sucede algo similar. Comparten batalla cultural contra el progresismo, pero divergen en otros temas esenciales, como la economía o el modelo de estado. Aun así, la cooperación permite construir una red de apoyos para defender reformas impopulares. Milei no necesita que Vox piense como él en comercio para coincidir en la defensa de la libertad de expresión, de la seguridad jurídica o de la reducción del sobrerregulacionismo. Milei establece relaciones en base a puntos comunes, no a las personas o partidos que los defienden.

Todo esto tiene riesgos evidentes. La foto contamina, confunde fronteras ideológicas y puede ser usada por sus adversarios para caricaturizarlo como “otro Trump”. Si Milei mantiene la apertura comercial, la disciplina fiscal y el desarme del poder político sobre la moneda y los contratos, la diferencia con el populismo de derechas seguirá siendo nítida aunque comparta escenarios con estos líderes políticos, porque un apretón de manos no es un programa. La política exterior se mide en utilidades concretas para la libertad de los argentinos, no en afinidades estéticas. Esa es la razón por la que se relaciona con ellos sin convertirse en uno de ellos.

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Autor: Nicolás Sánchez Cominero

Breve biografía: Nicolás Sánchez es estudiante de Derecho y Economía en la Universidad de las Hespérides, interesado en la Escuela Austriaca de Economía. Es coordinador local de Students For Liberty y colabora con otras organizaciones.

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Nicolás Sánchez Cominero
Author: Nicolás Sánchez Cominero

Nicolás Sánchez es estudiante de Derecho y Economía en la Universidad de las Hespérides, interesado en la Escuela Austriaca de Economía. Es coordinador local de Students For Liberty y colabora con otras organizaciones.

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