El lenguaje económico (LIII): sobre la ley de Say

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Jean-Baptiste Say (1767 – 1832) fue un economista en la tradición francesa de laissez faire y también empresario textil, que gozó de gran reconocimiento en Europa y Norteamérica por su Tratado de Economía Política (1803), obra que se caracteriza por su rigor lógico y gran claridad expositiva. Esto afirmaba Schumpeter: «Su razonamiento discurre con tal limpidez que el lector apenas se detiene alguna vez a pensar y rara vez experimenta alguna sospecha de que pudiese haber cosas más profundas por debajo de esta fluida superficie» (Rothbard, 2012: 31). Los economistas clásicos y los austriacos, por su parte, interpretaron a Say correctamente, pero John M. Keynes la reformuló de forma errónea y confusa: «La oferta crea su propia demanda».

Lo que dijo J. B. Say (1803, cap. XV):

El hombre cuya industria se aplica a dar valor a las cosas, disponiéndolas de modo que tengan un uso cualquiera que sea, no puede esperar que sea apreciado y pagado este valor sino donde haya otros hombres que tengan medios para adquirirle. ¿Y en qué consisten estos medios? En otros valores y productos, fruto de su industria, de sus capitales y de sus tierras […] Si nada produce, nada podrá comprar.

Resulta obvio que, para consumir, primero es preciso haber producido algo. El bien producido puede ser consumido directamente, trocado o, más frecuentemente, intercambiado por dinero.

La moneda que haya servido en la venta de sus productos, y en la compra que haya hecho de los productos de otro, servirá dentro de un momento para el mismo uso entre otros dos contratantes; después servirá para otros y otros en una serie progresiva que no acabará jamás

Say nunca dijo que lo producido tendría una salida (venta) automática: «Las mercancías que no se venden, o se venden con pérdida […] porque se han producido cantidades demasiado considerables o más bien porque han decaído otras producciones». Algunas ideas de Say son proto-austriacas: a) Fue el precursor de la praxeología como método válido para el estudio de la economía (Rothbard, 2012: 32). b) Mito de la balanza comercial «desfavorable»: «Una nación se halla en el mismo caso con respecto a la nación vecina, que una provincia con respecto a otra» […] «No se perjudica a la producción y a la industria de los indígenas o nacionales, cuando se compran e importan las mercancías del extranjero»;  c) Error de considerar la economía en clases o categorías: «Es fútil la clasificación de las naciones en agrícolas, fabricantes y comerciantes»; d) Mito keynesiano de fomentar el consumo: «Los malos gobiernos excitan a consumir, y los buenos a producir».

Por último, Say intuyó la Teoría austriaca del ciclo económico al detectar que las crisis eran causadas por un «fallo general en la previsión y el ‘cálculo’ empresarial que conduce a lo que viene a ser una puja de costes excesivos» (Rothbard, 2012: 58). J. B. Say nunca supo que ese error, a su vez, provenía de una expansión crediticia artificial (sin ahorro real) que creaba malinversiones y que luego colapsan al revelarse insostenibles.

La interpretación de los economistas clásicos

En su libro Principios de Economía Política (Lib. III, cap. XIV) John S. Mill, reproduce fielmente la ley de Say:

Los medios de pago de los bienes son sencillamente otros bienes. Los medios de que dispone cada persona para pagar la producción de otras consisten en los bienes que posee […] Si pudiéramos duplicar repentinamente las fuerzas productoras de un país, duplicaríamos por el mismo acto la oferta de bienes en todos los mercados; pero al mismo tiempo duplicaríamos el poder adquisitivo. Todos ejercerían una demanda y una oferta dobles; todos podrían comprar el doble, porque tendrían dos veces más que ofrecer en cambio.

La interpretación schumpeteriana

En su monumental Historia del Análisis Económico, Schumpeter hace una exégesis de la ley de Say y descarta cualquier confusión: «la significación está suficientemente clara gracias a ejemplos y consecuencias» (Schumpeter, 2012: 683). En la economía no hay un problema de sobreproducción o de infraconsumo. Si una mercancía no tiene salida, sea en el comercio interior o internacional, es porque no es del gusto de los consumidores o porque estos no tienen nada que ofrecer a cambio. Schumpeter achaca la confusión al error de hacer agregados económicos.

La interpretación keynesiana

John M. Keynes, ya fuera por diletantismo[1] o por interés espurio, puso en boca de Say y de los economistas clásicos una frase inventada por él mismo: «La oferta crea su propia demanda» (Keynes, 1943: 28).

Desde los tiempos de Say y Ricardo los economistas clásicos han enseñado que la oferta crea su propia demanda […] que el total de los costos de producción debe necesariamente gastarse por completo, directa o indirectamente en comprar los productos.

Keynes tergiversó la ley de Say al presentarla como «la oferta siempre iguala a la demanda», ignorando el papel de los precios y la estructura de producción. Los excedentes se corrigen con ajustes de precios y no con la intervención estatal. Repitieron el error keynesiano conspicuos discípulos como Samuelson y Nordhaus (2006: 715):

Ley de los mercados de Say. Teoría que afirma que “la oferta crea su propia demanda”. J. B. Say afirmó, en 1803, que, debido a que el poder total de compra es exactamente igual al total de los ingresos y de los productos, es imposible que se presente un exceso de demanda o de oferta.

Conclusión

La interpretación correcta de la ley de Say es: «La producción [de unos productos] es la que da salida [venta] a los [otros] productos». Ni Say, ni ningún economista clásico afirmó: «La oferta crea su propia demanda», ni que toda producción se vendiera (tener salida) automáticamente, sino que la producción previa genera los ingresos necesarios para demandar otros bienes. La ley de Say muestra que el estado no puede crear una demanda real (gasto público) porque solo confisca y redistribuye bienes sin aumentar la producción. Lamentablemente, el error (Keynes) triunfó sobre la verdad (Say), probablemente, porque justificaba el intervencionismo estatal: estímulos, gasto deficitario e inflación monetaria.  

Bibliografía

Keynes, J. (1943). Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. México: FCE.

Mill, J. S. (1848). Principios de economía política.

Rothbard, M. (2012). Historia del Pensamiento Económico, vol. II. Madrid: Unión Editorial.

Samuelson y Nordhaus (2006): Economía, 18ª edición. McGraw-Hill

Say, J. B. (1820). Tratado de economía política. Ed. Internet.

Schumpeter, J. A. (2012): Historia del análisis económico. Barcelona: Ariel.

Notas

[1] Keynes no era economista y, según Hayek, sabía muy poco de economía.

Serie ‘El lenguaje económico’

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