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El Estado y el orden mundial. Sobre la crítica de Hoppe a Milei

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Muchas obras de política e historia conciben erróneamente el poder como una «realidad» ajena a las ideologías. El término Realpolitik solo tiene sentido cuando se emplea para calificar la política que se atiene a las ideologías comúnmente aceptadas, en contraste con la que pretende basarse en ideologías escasamente compartidas, las cuales, por tanto, no sirven para fundamentar un sistema duradero de gobierno[1].

Ludwig von Mises. La Acción Humana.

Permítaseme comenzar estas líneas trayendo aquí un discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes el 1 de junio de 1829; quisiera emplearlo no solo para cimentar el análisis que procederé a acometer a continuación, sino para presentar y justificar el enfoque que lo preside y orienta.

[El principio de no interferencia es] el principio por el que todas las naciones tienen el derecho de gestionar sus propios asuntos internos como le plazca en tanto no perjudique a sus vecinos; y por el que una nación no tiene derecho a controlar, por la fuerza de las armas, la voluntad de otra nación en la elección de su gobierno o mandatario. [Este principio] debe ser sagrado. […]. Pero, en todos los debates, es de gran importancia llegar a una comprensión clara del significado preciso de los términos empleados en el debate. […]

Si por “interferencia” se entiende la interferencia por la fuerza de las armas, tal interferencia [está vetada a Inglaterra]. Pero, si por “interferencia” se entiende intromisión de cualquier manera y en cualquier medida, exceptuando la fuerza militar efectiva, entonces debo afirmar que no hay nada en esa interferencia que el derecho de las naciones no pueda contemplar en ciertos casos […].

La concepción whig del gobierno

Sin abordar los pormenores de la coyuntura en la que se produjo dicha proclama, el sintagma “ciertos casos” alude a la predisposición del orador a salvaguardar el sistema de free government o free state en cualquier punto de la geografía continental siempre que éste halle en peligro de ser derrocado. Representa, pues, no solo la concepción whig sobre el Gobierno y los principios rectores de las relaciones interestatales, sino también aquella filosofía de la historia predicada como whig que entraña en su seno un ideal de libertad, tanto individual como política.

Tomar el todo por la parte, no obstante, induce a una simplificación que tergiversa la realidad de los hechos, y lo cierto es que, en el propio núcleo de los whigs, educados en la Universidad de Edimburgo, al abrigo de las doctrinas de Adam Smith o Dugald Stewart, existían tantas interpretaciones sobre el principio de no interferencia ―también de no intervención o no dominación― como individuos encargados de la gestión de los asuntos públicos del Gobierno y el Estado, en el marco de una coordenadas temporales concretas.

Así pues, no faltan los trabajos afanados por tratar de dirimir si el orador cuyas palabras he reproducido aquí era o no un verdadero whig, suscriptor, por tanto, del liberalismo al que se adhería el whiggism; se ha examinado su política exterior exhaustivamente para desentrañar su pensamiento político, soslayándose, quizás, el profuso proceso de transformación de las estructuras en las que discurrió la vida de un personaje cuya adscripción ―moral― al liberalismo tanto se ha puesto en entredicho a la luz de sus acciones políticas.

Críticas de Hans Hermann Hoppe a la política exterior de Javier Milei

Hoy como ayer, la práctica se juzga bajo el rigor de la teoría; así, las críticas que Hans Herman Hoppe vertió sobre la política exterior del gobierno de Javier Milei en la decimoctava edición de la ronda de conferencias organizada por la Property and Freedom Society, traslucen esa ineluctable tendencia humana a la catalogación, a analizar la obediencia ― o desobediencia― de unos principios teóricos en la ejecución de acciones que, por todo lo demás, han de ser coherentes y consecuentes con aquéllos.

Hoppe le recordó al presidente argentino que, siendo la guerra, la paz y las relaciones exteriores “the biggest of all questions for a libertarian”, una política exterior predicada como libertaria se ha de basar en los principios de neutralidad y no interferencia; en puridad, los tres puntos cardinales de las críticas que el autor anarcocapitalista despacha contra un presidente que se muestra al mundo como seguidor de sus tesis y planteamientos ― y también de los de Murray Rothbard― solo pueden entenderse a la luz de ese axioma.

Así, 1) los vínculos entre Milei y las estructuras que vertebran el orden mundial desde 1945 bajo la hegemonía preponderante de Estados Unidos; 2) el compromiso de estrechar lazos entre Argentina y la OTAN; y 3) el refuerzo de las fuerzas militares nacionales, suponen cuestiones que Hoppe interpreta teniendo presente qué significa el principio de no interferencia para un libertario tanto en el orden interestatal como en el meramente individual. La base ontológica de dicho principio, empero, remite a una noción que, aunque replique en el estrato de las relaciones interestatales, nace en el orden más elemental y natural de un individuo, y que no es otra que la noción de libertad individual.

Lo que este artículo no es

De ahí, la breve reseña histórica con la que he iniciado esta exposición y en la que vengo a apoyarme para justificar que mi objetivo aquí no es someter a análisis las críticas de Hoppe; juzgarlas de inmerecidas o justas; tampoco, emprender un manido examen que me haga intérprete de la política exterior de Milei en términos de liberal-libertaria, liberal-clásica o, como algunos gustan decir, liberal-whig. Resulta evidente que, en su fuero interno, Milei profesa un tipo de liberalismo; cuestión aparte es si sus acciones se corresponden con las ideas con las que comulga; y la defensa que muchos harán del presidente se reducirá a señalar ― con bastante lógica― los constreñimientos ante los que se encuentra la ejecución de su acción política a modo de exculpación.

Por todo ello, considero que carece de valor tratar de determinar si la política exterior del presidente de Argentina es o no liberal; de la misma manera, las críticas de Hoppe solo pueden justificarse bajo un análisis meramente teórico en el que se sometan a examen la coherencia y correspondencia entre la teoría libertaria que, entre otras obras, Hoppe expone en Monarquía, democracia y orden natural, y aquellas acciones que, impulsadas por un determinado tipo de ideas, acomete Milei en el diseño y ejecución de su política exterior.

Lo que sí pretende

Tal enfoque resultaría redundante e innecesario. En su lugar,

  • considerando los tiempos en los que Milei asume la presidencia argentina como de transición ― como en la década de 1830 ―; y
  • habiendo señalado la última instancia de la que emana el principio de no intervención ― la concepción de libertad individual―,

acometeré un análisis del primer discurso que el argentino pronunció ante la ONU el pasado 24 de septiembre en la 79ª Asamblea General en el marco de la Cumbre del Futuro. En ella, Milei, en representación de la nación argentina, no solo rechazó la adhesión al Pacto para el Futuro, sino que también proclamó una Agenda de la Libertad con igual vocación de desplegar efectos en el mañana.

Tomando como base el principal elemento de las críticas de Hoppe, relativo al principio de no intervención, mi propósito, pues, es tratar de responder a la cuestión de si la oposición de Milei ― y el gobierno argentino ― al globalismo ideológico, condensado tanto en la Agenda 2030 como en su sucesor, el Pacto para el Futuro, y al que el presidente se refiere como wokismo, entra en contradicción con ese asenso que, como bien ha señalado Hoppe, hace del globalismo geopolítico ― imperialismo estadounidense para Hoppe―.

El statu quo

Tomaré por tal el statu quo contemporáneo que equilibra Occidente, presidido por i) la moral del multiculturalismo; ii) la política y cultura de masas; iii) la forma política del Estado del Bienestar; iv) la noción de gobierno administrativo; y v) las Organizaciones Internacionales. A mi juicio, habría que añadir un sexto pilar que, en la actualidad, solo acierto a intuir, y que es la mitificación de la libertad, un elemento que alude a la banalización de la misma, al vacío de su significado y, en último término, a su anulación e inoperancia, pues, si hasta a la tiranía se le puede llamar libertad, ¿qué es ésta, si no, un mito?

En la aludida intervención de Hoppe, éste afirma que aprecia una evolución en Milei, que ha pasado de adoptar una postura anti estatista, a otra meramente antisocialista. Puede adelantarse ya y sostenerse que esta evolución cristaliza en el discurso que me propongo estudiar: Milei asume y valida la operatividad de las estructuras estatales; no las niega; y ello me permite establecer esa relación que hago entre globalismo ideológico y globalismo geopolítico, y que impone considerar, específicamente, las formas/modelos de Estado que el presidente desaprueba y las que ratifica, y así poder llegar a una aproximación del concepto de libertad individual que Milei baraja y erige en el sustrato de su Agenda de la Libertad.

La postura de Milei ante el orden interestatal

Porque la noción de libertad individual es, ciertamente, la única idea fuerza que penetra y permea en todos los órdenes que rigen la vida del ser humano, desde el entorno más directo e inmediato, hasta aquél que erigen las relaciones a escala planetaria, presididas, aún hoy, por el ente del Estado, él mismo, un modo de pensar la libertad en sociedad. Aprehender el concepto que Milei baraja de esta idea da mucha cuenta, no solo de su acción política, tanto interior como exterior, sino también, y principalmente, del estado en el que se encuentra el liberalismo en una etapa transicional como la que nos concierne.

Cinco son las partes en las que es posible dividir el discurso de Javier Milei ante la ONU, en el que aborda tres cuestiones como son la paz y la seguridad; la degradación de las estructuras de la comunidad interestatal ante el desprestigio de una ideología ― aquélla coagulada en la Agenda 2030―; y la conciencia de una transformación de los tiempos.

Así pues, es en la sección meramente introductoria, en la que se presenta definiéndose como “un economista liberal libertario […] que fue honrado con el cargo de presidente de […] Argentina frente al fracaso de [las] políticas colectivistas”, en la que expone los dos ejes de su intervención, a saber, el rechazo a medidas políticas “colectivistas”, subsumidas en la Agenda 2030, y la presentación de los valores que regirán la propuesta de una alternativa que ofrece a su audiencia y que es, al fin y al cabo, el núcleo de su alocución.

El concepto de libertad de Javier Milei

A continuación, la segunda de las partes es un repaso a los orígenes de las Naciones Unidas; es en el relato que hace de los mismos donde hay que situar el juicio que emite Hoppe y que presenta a Milei como “unaware of revisionist history”. Esta percepción del alemán es el principal cimiento de su desaprobación a una relación entre un individuo que se dice libertario y las élites que hoy integran el imperialismo estadounidense y que, en cuanto que imperialistas, se muestran belicistas y, por ende, con tendencia a la intervención.

Sin duda, resultaría sumamente sugestivo detenerse en este relato que expone Milei para contrastarlo con la visión de la Historia que Hoppe sostiene en su artículo The Libertarian Quest for a Grand Historical Narrative o, además de la obra citada más arriba ―sobre todo, en la introducción―, en A Short History of Man; mas, dado que mi objetivo es desentrañar el concepto de libertad que maneja el argentino, subrayaré al respecto que, entre una visión y otra de los acontecimientos históricos, especialmente, de los más recientes de la Historia Contemporánea, aquello que se pone de manifiesto es esa dicotomía entre dos planteamientos:

Libertad concebida manera negativa

Es la propia de la doctrina hobbesiana; replicada por el liberalismo utilitarista de Bentham y que refiere a la libertad de acción, esto es, a la posibilidad de hacer todo cuanto no esté prohibido o regulado, entroncando con el positivismo jurídico, con la producción legislativa y, por tanto, con el artificio del Estado, nacido de un teórico contrato social con elque, según Hobbes, desaparece la ley natural.

En ese contrato social, la obediencia al soberano, que pacifica los conflictos ― faceta política de la soberanía― creando leyes ―faceta jurídica de la soberanía―, la libertad en la sociedad no es, ni más ni menos, que la prescrita por aquél; pero el individuo siempre será libre, puesto que, aunque sea dentro de los márgenes de la legislación, conserva capacidad de acción, y si decide no acometer una acción prohibida, por más que le apetezca, sigue siendo libre en tanto ha decidido, mediante un proceso racional, seguir el mandato del soberano.

Libertad concebida positivamente, basada en la ley natural

Proclama que los individuos nacen libres; esa libertad dada en llamar natural ―inalienable―, empero, se manifiesta en sociedad cuando las estructuras que dominan el entorno la reconocen garantizándola a través del Derecho. Refiere al poder pre-político, al estatus de persona libre por el mero hecho de serlo, de ahí que se priorice el establecimiento de un gobierno de las leyes y no de los hombres, esto es, que el reconocimiento del estatus de libertad de los individuos no quede al albur de la voluntad de aquél que detente el poder, sino que quede garantizado en el seno de una comunidad que conoce las leyes naturales, aplicadas según sus usos y costumbres, y donde el soberano sea, por ende, político, pero no jurídico.

Es decir, que ordene y pacifique conflictos, pero no evitándolos a priori mediante la creación de leyes nuevas, sino que los ataje cuando se produzcan a través de la revisión de las ya existentes de manera espontánea. Es la idea subyacente en el free government que, además, reconoce al hombre como animal político.

Todo ello puede observarse en el elemento que le servirá a Milei para justificar su postura ante la Agenda 2030 que deplora: incide en que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es la razón de ser de la ONU, y afirma que ha sido la negligencia de la Organización en atender su observancia lo que le lleva a desligarse de la nueva agenda global, con la que se seguiría incurriendo en dicho error.

Los Derechos Humanos

Le atribuye, pues, a la ONU la defensa de la máxima de que “todos los seres humanos nacen libres e iguales, en dignidad y derechos”:  

[…] quiero aprovechar para […] alertar a las distintas naciones del mundo sobre […] el peligro que implica que esta organización fracase en cumplir su misión original. […] Ha sido precisamente la adopción de esa Agenda [la 2030], que obedece a intereses privilegiados; el abandono de los principios esbozados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, lo que tergiversó el rol de esta institución y la puso en una senda equivocada. Así, hemos visto cómo una organización que nació para defender los derechos del hombre ha sido una de las principales propulsoras de la violación sistemática de la libertad […].

Milei identifica, así, a lo largo de su discurso, la doctrina de los derechos humanos con el derecho a la vida, la libertad y la propiedad, pero también con la igualdad ante la ley, un axioma que, como nos recuerda Dalmacio Negro, es un vestigio de una de las formas históricas del Estado: el Estado de Derecho. Como todo en la Historia, los cambios no se producen de un momento a otro; el sujeto histórico no aprecia esos cambios como una disrupción, sino que asume e integra las transformaciones de manera paulatina y natural.

Es el historiador el que categoriza las sucesivas etapas históricas. Algo similar, pues, ocurre con la Historia de las formas de Estado: no representan compartimentos estancos, nítidamente diferenciados, sino que están integradas por usos, modelos y prácticas que van solapándose unos con otros hasta cristalizar en una forma a la que el historiador se encarga de dar nombre.

El Estado de derecho

Así, el Estado nació para garantizar la seguridad; en la persecución de su objetivo, y bajo la forma de Estado de Derecho, busca acabar con los conflictos que surgen en el seno de una comunidad apoderándose de ella mediante la prescripción de normas que, en última instancia, presentan una profunda carga moral. El Derecho, cuya esencia es orgánica, naciendo de la comunidad de manera espontánea, pertenece a la comunidad; se diferencia de la Legislación, cuya esencia es técnica y artificiosa, y pertenece al Estado, que nace para acabar con los conflictos y, sin pretenderlo, anula la vida política, que es la esencia de la libertad.

El Estado de Derecho, basado en la igualdad ante la ley, tiende a prescribir y regular pautas de conducta social, regulando, pues, la moral de la comunidad para acabar con los conflictos. Y, así, ampararse en los derechos humanos, una abstracción de fuerte carga moral y cultural, producto de la Legislación de corte estatista, es fruto de una concepción negativa de la libertad.

A la preservación de esta tríada de derechos, bajo la garantía de la igualdad ante la ley, Milei le atribuye esa paz que predica como “global”y que descansa en la cooperación política entre Estados. Hete aquí, además, una nueva discrepancia con Hoppe, pues, aunque éste no lo exprese en la conferencia de la Property and Freedom Society, la cooperación que el alemán presume ordenadora de un orden anarcocapitalista emana de la cooperación que deriva de la división del trabajo, según la consideración praxeológica de Mises.

O comercio o balas

Así pues, al menos en esta alocución del argentino, Milei invierte los presupuestos: el comercio y la integración económica solo son posibles en un contexto de estabilidad política; el círculo se cierra como exponen las palabras del propio presidente:

[Tuvimos] 70 años consecutivos de relativa paz y estabilidad global bajo el manto de un orden que permitió al mundo entero integrarse comercialmente, competir y prosperar. Porque donde entra el comercio no entran las balas, decía Bastiat, porque el comercio garantiza la paz, la libertad garantiza el comercio, y la igualdad ante la ley garantiza la libertad.       

Aquí se desprende que el núcleo de la paz ― ausencia de conflictos― es, consecuentemente, la igualdad jurídica, a la que liga la libertad. Y especial énfasis ha de hacerse en que, en relación con todo ello, Milei invoca una profecía bíblica según la cual el fin último de la historia de las naciones es la paz, el fin de la guerra; de consecuencia, acaba afirmando que la ONU representa “una organización que había sido pensada esencialmente como un escudo para proteger el Reino de los Hombres […]”. Es ésta una cuestión sobre la que volveré al abordar la cuarta parte del discurso, pero que conviene dejar ya planteada.

A continuación, dedica la tercera de las partes en exclusiva a abordar el descarrilamiento de la ONU de su senda original. Lo hace desglosando el modelo que ha traído consigo la implantación de la Agenda 2030; y es en este marco donde invoca, por vez primera, a los Estados-nación. Éstos son otra forma histórica del Estado, simultáneo al Estado de Derecho. Al respecto, puede decirse que la forma actual del Estado del Bienestar, sobre la base de la justicia social, presenta una amalgama de elementos doctrinales de las anteriores, a saber: una concepción de la soberanía asentada en la idea de nación; la atribución de la autoridad o legitimidad de esa soberanía a la opinión pública, asentada en la cultura conformada por las ideologías; y la igualdad ante la ley como salvaguarda de la libertad política/colectiva/en la comunidad.

Justicia social

Es de sobra conocida la postura de Milei respecto a la idea de justicia social; no redundaré en ella. No obstante, en este discurso en particular, parece claro que Milei se opone, en puridad, al Estado del Bienestar, una oposición implícita en el calificativo “socialista” con el que adjetiva ese modelo que “pretende solucionar la pobreza, la desigualdad y la discriminación con legislación”. La única igualdad que reivindica es la de la igualdad ante la ley, factor del que hace depender una prosperidad que ahora se abstiene de predicar como económica, material y/o social:

Porque la historia del mundo demuestra que la única manera de garantizar la prosperidad es limitando el poder del monarca, garantizando la igualdad ante la ley y defendiendo el derecho a la vida, la libertad y a la propiedad de los individuos.

Por ende, y esto es importante subrayarlo, en términos estrictos, aquello que viene el presidente a repudiar es la expansión de los márgenes de la soberanía del Estado; es decir, denuncia públicamente el desbordamiento de la soberanía nacional que legitima el Estado-nación. En suma, para él, el Estado-nación viene a ser una suerte de sinónimo de Estado de Derecho, dado que, aunque no menciona nunca esta forma, su mención expresa al Estado-nación y el celo con el que convierte a la igualdad ante la ley en un presupuesto sine qua non de la libertad, revelan que Milei concibe al Estado-nación como forma en la que se fusionan las virtudes que reconoce a la seguridad jurídica y a la existencia de la nación. Rechaza, así, un Estado de “gobernanza supranacional de burócratas internacionales, que pretenden imponerles a los ciudadanos del mundo un modo de vida determinado”.

Soberanía nacional y Estado-nación

Esta cosmovisión política de Milei, inserta en el modelo de Estado-nación que defiende, precisa 1) de la legitimidad que le concede la autoridad que emana de esa nación que se expresa a través de la opinión pública; 2) de un alter-ego o enemigo del que se vale para definir el particularismo que le otorga el espacio, del que depende su operatividad; y 3) de una ideología con la que no solo prescribir pautas de comportamiento a la población para evitar conflictos internos, sino también para demarcar el espacio propio y de otros Estados-nación, esclareciendo los confines de su soberanía. Esto devuelve un silogismo que ilustra la competencia por el espacio de los Estados, fuente no solo de su riqueza, sino también de su propia existencia.

Así, la preocupación que Milei expresa en el conjunto de su discurso en general, pero en esta tercera parte en particular, se debe al socavamiento de la soberanía nacional por una ideología determinada. Mas, como se desprende de sus palabras, se trata de una ideología que no solo impone una moral ― “woke”, en palabras del presidente―, sino que también entraña un mandato a adoptar un posicionamiento geopolítico, de reordenación de los Estados-nación en el conjunto de la comunidad interestatal:

Así estamos hoy con una organización impotente que […] invierte tiempo y esfuerzo en imponerle a los países pobres qué, cómo y deben producir, con quién vincularse, qué deben comer y en qué creer, como pretende dictar el presente Pacto del Futuro.

Una Agenda de la libertad

Pese a la ambigüedad, el sintagma “con quién vincularse”, inserto en esta queja, alude, cuando menos, a una voluntad por desligarse de una ideología que, ya sea representada en la Agenda 2030, en el Pacto del Futuro o en el wokismo, con su moral conduce a una alianza estrictamente geopolítica. De este modo, se inicia la sección dedicada a presentar el posicionamiento argentino que será, consecuentemente, a la par ideológico y geopolítico; se nos presenta, así, la Agenda de la Libertad, vertebrada sobre las ideas de la libertad,  

[…] esas ideas que dicen que todos nacemos libres e iguales ante la ley, que tenemos derechos inalienables otorgados por el Creador, entre los que se encuentran el derecho a la vida, la libertad y la propiedad.

Hete aquí la mayor de las confusiones que comete Milei. Como ya he subrayado más arriba, no escatiman las referencias bíblicas en esta alocución; al margen de consideraciones morales del orador basadas en una determinada fe religiosa, denotan que el presidente invoca una divinidad externa al mundo de los hombres, a la que señala como la fuente de los derechos que cualquier individuo ha de disponer por el mero hecho de serlo.

Una fuente semejante, así prescrita, aparecería asociada, inexorablemente, a la libertad concebida de manera positiva, dado que refiere al ámbito de la pre-política, a un orden natural, espontáneo y orgánico; empero, obsérvese que Milei enuncia, antes de nombrar al “Creador”, ese axioma que, llegados a estos extremos del discurso, puede sostenerse que representa la principal máxima de la que se erige en defensor y exponente, y que no es otra que la igualdad ante la ley.

Javier Milei, minarquista

Así las cosas, y de acuerdo con la exposición argumentativa que he ido trazando, una igualdad concebida en términos jurídicos presupone la existencia de un orden regido por la premisa de que la libertad es aquello que establece la ley. Ley, entendida como voluntad de aquéllos que poseen la capacidad de crearla, de legislar. Si la libertad ha de ser definida por la voluntad de los hombres, carece de sentido apelar a ninguna fuerza ajena a ellos; de lo que se sigue que Milei está barajando, en todo momento, la concepción negativa de la libertad.

Es este eje el que articula, en definitiva, la doctrina de la Agenda de la Libertad, condensado en la siguiente proclama:

Creemos [los argentinos] en la defensa de la vida de todos; creemos en la defensa de la propiedad de todos; creemos en la libertad de expresión para todos; creemos en la libertad de culto para todos; creemos en la libertad de comercio para todos, y creemos en los gobiernos limitados, todos ellos.

Ciertamente, Milei se está refiriendo al Estado mínimo, aun cuando lo mencione como “gobierno”; mas este Estado mínimo no es aquél que se abstiene de ejercer una injerencia abusiva en la fiscalidad y en la vida privada de los individuos, limitándose a las prescripciones de la legalidad, sino aquél cuyo espacio sigue circunscrito a los confines de su nación. Se trata de una confusión ― tomar Gobierno por Estado― que, sin embargo, en el conjunto del discurso, resulta coherente, ya que el principal propósito del presidente es establecer una contraposición de modelos, tanto de carácter ideológico como geopolítico.

Un proceso de cambio profundo

Y es que Milei, antes de enunciar la doctrina de las “ideas de la libertad”, subraya que éstas son fruto de “un proceso profundo de cambio” que ha experimentado Argentina, y que parece señalar como síntoma del agotamiento del wokismo en el seno de este país, un síntoma que también replica en el exterior.

No queda claro en el discurso del presidente dónde sitúa el origen de esta decadencia, si dentro de las fronteras argentinas o fuera de ellas; probablemente, porque, en tiempos de una agudización de la globalización que acelera los cambios, los límites se vislumbran imprecisos y confusos. Sea como fuere, lo cierto es que este viraje en Argentina lo induce a adoptar una “conducta internacional”, esto es, no solo a orientar el cambio dentro de sus fronteras, sino a hacerlo igualmente fuera de ellas, reordenando la esfera argentina y participando también de la reordenación interestatal. 

Las ideas de la libertad

De este modo, como puente entre la cuarta parte y la quinta, se observa que el presidente reconoce que las ideas solo trascienden si aparecen acompañadas de la acción, y, tratándose de unas ideas con vocación de confrontar otras que se han visto reproducidas tanto en el orden de cada país, como en aquél que integra la comunidad interestatal, sostiene que, “[la doctrina de las ideas de la libertad,] tiene que ser apoyada en los hechos, diplomáticamente, económicamente y materialmente, a través de la fuerza conjunta de todos los países que defendemos la libertad”.

Ello supone, pues, un llamamiento a la cooperación política sobre la base de una ideología que, así, se resuelve en una alianza geopolítica. Se llega, de este modo, a la última sección de su discurso, toda ella, una declaración de la postura argentina en un orden interestatal que Milei, a lo largo de su intervención, define por el proceso de cambio en el que se halla inmerso, reivindicando una forma política al amparo de una nueva ideología que pasaré a analizar a continuación.

Globalismo: ideología y geopolítica. Conclusiones finales

La comunidad interestatal, como en el siglo XIX, presenta un régimen multipolar revestido de bipolaridad. Quiere ello decir que son varias las potencias[2] las que se disputan la hegemonía del orbe, mas, la existencia del Estado-nación, aun agonizando entre estertores, con los presupuestos de los que requiere para mantenerse en pie ― destacando el de la ideología y la necesidad de un alter-ego―, incita a la bipolaridad, a la existencia de dos bloques caracterizados según una ideología. Ya se ha dicho que el Estado solo puede existir en un espacio concreto, y, aunque tienda a expandirse por todo el orbe, siempre requerirá de un enemigo que justifique su existencia; si carece de un alter-ego, su razón de ser, basada en la neutralización de la política, esto es, de los conflictos entre los hombres, dejará de resultar operativa.

Resulta, empero, que las grandes ideologías se hallan en una fase de estancamiento, cuando no de claro retroceso y agotamiento. Éstas son fruto de la secularización de los tiempos, que ha inducido al hombre a dar sentido a su existencia amparándose en alguna de las distintas corrientes ideológicas que han surcado las diferentes etapas históricas. Precisamente, la doctrina de los derechos humanos, paroxismo de la secularización extrema de una de estas corrientes, acentúa el carácter particularista de los colectivos que han surgido bajo su manto, dificultando la vocación con la que nació el Estado. Hoy proliferan los colectivos[3] más variopintos; todos ellos, desarrollando su polilogismo[4] particular que hace que los intereses en el seno de cada Estado sean irreconciliables y confusos. Y todos estos polilogismos trascienden cualquier tipo de frontera en el seno del multiculturalismo, corolario de la globalización.

La doctrina woke

La inoperancia, pues, de la estructura estatal se hace evidente, dado que el Estado ha perdido la fuente de su autoridad, de su legitimidad, de aquélla que le concedía y reconocía su soberanía, y que no era otra que la idea de una nación política acotada a los parámetros de una opinión pública moldeada por una gran ideología. La clave de la transición de estos tiempos que corren pasa por la búsqueda de una autoridad que ordene las comunidades que quedarán desnudas cuando el Estado caiga, caída que resultará de su inoperancia. Falta, pues, un ethos, un modo de pensar la vida en común; y es esta vida en común la que hay que concebir a partir de una idea de libertad individual.

Por todo ello, puede concluirse que, si bien el Estado sobrevive, aun con dificultades, es la forma del Estado-nación la que está periclitada. Y, aunque Milei la invoque, con su denuncia hacia la degeneración de la ONU por haber adoptado el wokismo, lo que hace es invocar una nueva forma política, aún por determinar. Al fin y al cabo, la ONU fue configurada por los Estados-nación; si Milei la acusa de degeneración, implícitamente está criticando a esos Estados-nación que, a su juicio, la pervirtieron con una ideología equivocada.

No repara, empero, en que son los efectos de esa doctrina de los derechos humanos los que han disuelto las costuras del Estado en general, y del Estado-nación en particular; por ello, el andamiaje del Estado se muestra quebradizo, mientras que, por otro lado, carece de sentido un rearme del Estado-nación.

Qué es el ser humano

Así, propuestas como la Agenda de la Libertad de Milei lo que vienen es a asentar el terreno para construir una nueva forma política a través de la refundación de la idea de nación, tanto social ― defendiendo qué es la comunidad en la que se inserta el individuo ― como política ― configurando el tipo y grado de soberanía que se le ha de atribuir―. En última instancia, tal tarea conlleva volver a replantearse qué es el ser humano, cuya naturaleza se divide y diluye entre colectivos que atomizan al hombre, a la vez lo que someten a los rigores del polilogismo que cada uno suscribe. Y de ese replanteamiento depende la construcción de la comunidad y del sujeto político.  

En el plano global, los términos de la situación son muy diferentes. Lo cierto es que, aunque dentro de sus fronteras, el Estado haya perdido su preponderancia en las mentes particulares, en el ámbito de las llamadas relaciones internacionales, los individuos siguen pensando dentro de la estatalidad. En este sentido, las grandes ideologías sí resultan operativas. Entiendo por tales no las corrientes clásicas ― liberalismo, marxismo, nacionalismo―, sino todo aquel cuerpo doctrinal que entrañe una filosofía de la historia capaz de aglutinar a grupos amplios de personas, y que, por ello, sea capaz de atenuar discrepancias entre ellas recurriendo a la identificación, a la identidad. Hoy, uno de ellos, es el humanismo.

La comunidad política

Así pues, los Estados siguen disponiendo, en lo que al ámbito internacional se refiere, del resorte con el que han venido construyéndose. Ello le permite seguir contando con un alter-ego, con un enemigo que legitime su existencia, y al que define a partir de premisas ideológicas. Las alianzas con otros Estados se deben, en primer término, a la preservación de los intereses netamente estatales; y, aun cuando la opinión pública ya no aparece circunscrita a los márgenes de una nación política, lo cierto es que el aparato estatal sigue contando con capacidad para dirigirla en el plano internacional, de manera que se garantiza su supervivencia.

Si un Estado es capaz de trasladarle a la opinión pública que su alianza con un tercero es de naturaleza moral (me alío con X para velar por uno o varios de los valores supremos que reconoce la opinión pública de la que depende mi soberanía, y así hacer valer mi orden estatal) conseguirá 1) una cohesión intra fronteras y 2) reforzarse ante la comunidad interestatal. Resulta mucho más sencillo para un Estado señalar a sus enemigos si a todos ellos los puede subsumir en una etiqueta ideológica fácil de reconocer. Surgen de este modo los bloques ideológicos como una coraza de los intereses geopolíticos estatales, que se conquistan en el orden interestatal.

Una nación entre naciones

El hecho de que la opinión pública hoy se encuentre difuminada por amplias regiones geográficas, gracias a los avances técnicos, posibilita, pese a todo, que los Estados cuenten con mayores probabilidades de éxito en el tejido de esas alianzas geopolíticas sobre la base de una ideología que, aunque disolvente dentro de sus fronteras, permea en las de otros. Los derechos humanos son, pues, un slogan compartido por vastas poblaciones que, formalmente, aún integran naciones políticas. Y, con esa fuerza que atesora tal doctrina, se gesta la gran ideología del Humanismo de la que se sirven los Estados, en el orden internacional, para justificar su posicionamiento geopolítico, para legitimar la defensa de intereses estatales.

De nuevo, requiriendo el Estado de un enemigo, este Humanismo ha de señalar quién es humano y quién no es humano; parece claro que, en el seno del globalismo geopolítico e ideológico, los Estados que compartan tal ideología serán los encargados de arrogarse aquella categoría que consideren, desde un punto de vista moral, buena, imponiéndoles a aquéllos que no comulguen con ella, la que consideren mala. Aquí, otra vez, nos topamos con la necesidad de repensar la naturaleza humana.

Despertar conciencias

En el caso que aquí hoy nos concita, el gran acierto de Milei es haber apreciado el carácter transicional de los cambios que están ocurriendo en Argentina y fuera de ella, puesto que, además de todo lo anterior, ante la emergencia de las naciones ― en proceso de refundación― y la decadencia de la forma política del Estado, emerge la fuerza de grupos que le disputan al poder tanto al Estado como a las naciones ―  por disponer, por ejemplo, de un capital que supera en mucho el PIB estatal―. En estas coordenadas, ajustarse al son de los tiempos (Realpolitik en los términos prescritos por Mises) es la principal baza para empezar a construir una alternativa.

A mi juicio, el principal éxito de Milei es haber despertado conciencias; aunque sus acciones políticas enerven a pensadores como Hoppe, pues, en efecto, como he analizado, están impulsadas por una concepción negativa de la libertad que poco o nada se parece a la doctrina anarcocapitalista, ha favorecido el debate a nivel global, esto es, ha hecho resurgir la politicidad inherente a la vida en comunidad oponiéndose al globalismo ideológico. La alternativa que ofrece solo es una de las muchas posibles, y es, en primer término, la que él, en representación de Argentina, considera que es la más adecuada para los intereses no suyos, no de su nación, sino del Estado argentino, que ha de sobrevivir en el orden geopolítico infiltrándose en las alianzas que más le convengan.

Una alternativa

Su alternativa de la Agenda de la Libertad, aunque sea, en puridad, producto de una alianza geopolítica, representa una oportunidad, dado que, ante el cambio que se está produciendo sin que haya cristalizado aún, es imperativo volver a definir el concepto de soberanía, determinar dónde recae la autoridad en el seno de la comunidad. La autoridad depende de un ethos, y éste, a su vez, de la concepción que se tenga de la naturaleza humana, de si se la predica como libre en base a su propia naturaleza, o si ésta es, paradójicamente, causa de su esclavitud, y de la que podrá desembarazarse recurriendo a la técnica, fuerza impulsora del Humanismo.

Pero la técnica ya no está en manos de los Estados, tampoco de las naciones, ni viejas ni nuevas, sino de grandes conglomerados tecnológicos. En suma, el discurso de Milei trasluce esa lucha por la autoridad que nos ha conducido a repensar al hombre y de la que surgirá una nueva forma política con la que guiar y orientar su vida en sociedad, su libertad, en definitiva.

Notas

[1] Mises, Acción Humana, p. 227.

[2] Término con el designo la capacidad de un Estado para influir y condicionar el mantenimiento y evolución de las relaciones interestatales.

[3] Grupos considerados como minorías, no porque sean pocos en proporción con otros grupos mayoritarios, sino por una relación que se presupone de subordinación. Estas minorías son consideradas víctimas de los grupos que las sojuzgan y, consecuentemente, reclaman una protección de sus intereses de parte. Entre dichos grupos, encontramos mujeres, LGTB+, minorías raciales, etc.

[4] Término acuñado por Mises en Teoría e Historia, y con el que alude a aquella doctrina que reconoce que cada grupo, colectivo o clase social desarrolla un modo de razonar diferente al de otra; esto es, a que la mente humana es distinta en función de la categoría social en la que se integra el individuo.

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